jueves, 27 de octubre de 2011

Reunión de pastores



El manco de Vilanova


A la noche siguiente ahí estaba otra vez el amigo, ahora con una capa negra de forro pupúreo sobre los hombros y un sombrero a juego.
En esta ocasión no traía el chibuquí sino un bastón fino con una empuñadura de madera labrada, una figura que no podía distinguir, tal vez una cabeza.

Salí al pasillo.

Don Ramón se había metido en la cocina. Golpeaba el suelo con el bastón cada vez que se explicaba algo de lo que veía. Parecía buscar no sé qué fisgando por los rincones (...siempre te encuentro llorando).
Sobre la mesa había otra botella de brandy a la que faltaba un tercio y un vaso con un último trago. No era de Terry con tapón de corcho, sino de las primeras con el metálico de principios de los 70, de Soberano.

Llevo una hora aguardando, tiene usted un sueño muy pesado, me soltó cuando advirtió mi presencia.
Pues duermo mal, le contesté un poco mosca, pero acto seguido intenté arreglarlo, Anoche me acosté tarde, perdone usted.
No es preciso que se disculpe, zanjó él. Así que este es el lugar desde donde recrea nuestras andanzas nocherniegas. Lo imaginaba más..., no encontraba la palabra,  Confortable, dije intentando ayudar, ¡Bravo!, Confortable, remarcó él. ¡Vaya, vaya...!  Y acercaba las lentes a un imán del frigorífico con una imagen de a Illa.

A mí me había dejado pasmao y medio mudo con la revelación, no sabía qué dicir. ¡El cabrón, falsario, estaba al tanto de todo!

Ande, tómese un trago, me dice, y me llenó un vaso que sacó del lugar cerrado donde se guardan. ¡Ya se movía como Ramón por su casa! El muy perro me toreaba.
¿Cómo se enteró?
Me lo dijo una curruca parda.
¿No sería una gallina siracusana?
Alzó el bastón para atizarme pero vi que lo hacía sólo como gesto de amenaza humorística, yo, por si acaso, ya había cubierto la cabeza con los brazos. La empuñadura del bastón era una curuxa,  una lechuza.

¿Y el chibuquí?, le pregunté.
Lo dejé en casa. Hoy quería que usted me acompañara en un recorrido largo y necesitaré más de un apoyo. El bastón será apropiado aquí. Esta pierna me da mucha guerra.

Vació el vaso de un trago y salió de la cocina diciendo, ¡Y esta vez no olvide la botella!
¡Madre mía!..., yo también bebí.
Cuando salíamos me obligó a coger una chaqueta, Hará frío, dijo.
Yo estaba inquieto y mosqueado, ¿adónde me quería llevar este hombre?. Me notaba destemplado y el coñac no parecía hacerme efecto. Estaba cansado, me dolía el hombro, ¿qué hora sería?...

Fuera era de noche. Salimos a Xufre por otra puerta diferente y, no sé cómo, al momento ya estábamos debajo del pino mirando, a través de la ría, las luces de A Pobra do Caramiñal y Castro.
Algo en aquela ribeira veciña pulsaba una cuerda en el alma del genial arousano. No me atreví a interrumpir su silencio y la tensión que parecía revivir. Me apretaba el brazo hasta hacerme daño.
Y, como en la otra ocasión, también salió del trance bruscamente. Suspiró y clamó, ¡Ah de mis muertos!..., y echó a andar tirando de mín.

Enseguida empezó a hablar. ¡Virhen Zanta der Güen Disíh, lo que habra er paisano, una jartáaa! No me dejaba meter baza. Caminábamos y caminábamos al borde mismo de la ría dando la vuelta a la isla en sentido de las agujas del reloj.
Pasamos delante de Vilanova y Vilagarcía a buen paso, que no sería mucho, no obstante, teniendo en cuenta la vetustez del acompañante y mi psilicosis. No paró de rajar ni un tanto asín.
Tenía curiosidad por saber cómo había terminado la pendencia del tugurio la otra noche, y quería consultarle también algún detalle sobre la historia de España, sobre Galdós y el asesinato de Prim, pero sólo me dejó abrir la boca para farfullar monosílabos.

Habríamos caminado una cuarta parte de la circunferencia de la isla,  más o menos, y estábamos cruzando el puente para seguir ruta por las playas del este, cuando vimos las sombras de dos personas sentadas en un banco de un área de reposo junto al mar. Miraban el brazo de la ría que baña a Cambados, donde se reflejaba una luna turca menguante, mortecina y plateada.
Los reconocí desde lejos pese a la obscuridad: el venerable busto del holandés don Vicente Van y la malhadada boina ladeada del manchego don Francisco de Gila.

El del ¡riiiing, riiiiing !, no me saludó, estuvo callao y fosco, con la boina echada sobre los ojos y yo, por si las moscas, me mantuve en el borde opuesto del banco, junto a don Ramón. Vicente, en cambio, me saludó muy efusivo, teniendo en cuenta las limitaciones de un carácter tan austero como el suyo. ¡Me conmueve un alma tan grande confinada en una estructura física calvinista tan rígida!. Volví a sentir deseos de abrazarlo y transmitirle un poco de calor sureño, pero me contuve.

Pero Gila sí saludó a Valle con mucho populismo, ¡Hombre don Ramón, usted por aquí!
Valle Inclán, tan ceremonioso, hizo una venia graciosa y femenil, se llevó la mano al sombrero como si fuera a descubrirse y la tendió para estrechar la de Paco.
Gila quedó perplejo y no sabía si quitarse también la boina o qué hacer, se le amontonó el trabajo y al fin la cogió y la colgó en la mano que le ofrecía don Ramón.
Curiosamente el de Vilanova sí se fundió en un caluroso abrazo con el falsamente frío don Vicente.

Todo parecía tan natural y sin embargo..., había un tufillo inconfundible a farsa ensayada. Pero  yo observaba a los tres fenómenos y me miraba las manos sin hallar culpa ni culpable.

¡Páseme esa botella, que llega el nordeste!, me dice Valle.

Nos sentamos cara a la ría y empezaron a beber y hablar. El galego llevaba el peso de la conversación, el holandés escuchaba y el manchego hacía coro al de Arousa.
Aunque me sentía intranquilo, porque era consciente de que Gila todavía no me había perdonado que lo amenazara con cortarle los buevos, estaba ya más muerto que una oveya y acabé durmiéndome.

Felifes fueños.


Sue Ñón Mentró.


P.D. Felicidades a nuestro preclaro magister, el simpar e Inmortal Dimitrios, asceta en Karoúlia, que ayer comería una almendra -amígdala- a mayores para celebrar su santo patrono onomástico, protector de Tesalónica, el Megalomártir del que mana mirra, el milagroso Demetrio que no pudo evitar el terremoto de Constantinopla porque se metió por medio Hefestos, Pedro Botero de los volcanes, éste patrono de los geólogos paganos que también caía  el 26.
Geia sou, moro mou!
Barbarómiros.