viernes, 28 de octubre de 2011

H Λήμνος, Limnos


Grecia 2009


Λήμνος


Ya no podía retrasarlo más, Limnos me llama, nunca la olvidamos porque su caso es  un tema serio en nuestras vidas como para tomarlo a la ligera. Con el queso Kaskavali Limnou en Lo que se comió para sustituir al feta o al yogur quise empatar una entrada, pero otras urgencias tomaron la delantera y la isla reclama ya la atención que en verdad nos merece.

No me resigno a presentar el panorama de playas y pueblines que podemos encontrar, aleccionados por las guìas, que están más que bien. Quiero hablar de nuestra isla, y uso el posesivo con cariño, no sé si por derecho.

El verano del 91 cogimos un vuelo barato a Estambul y, después de un par de días en la Poli, un autobús  de línea a Kabala. Entrando en Grecia desde Turquía controlaban cuidadosamente los equipajes, registrando también el bus, a una y otra orilla del Ebros.
Después de la frontera el autobús corría feliz por la alegre llanura tesalia. Nosotros recordábamos  El expreso de medianoche y nos felicitábamos por haber fumado todo lo fungible antes de embarcar. Viajamos en compañía de turcos, griegos y búlgaros. Y con dos parejas de portugueses muy jóvenes que aprovechaban las ofertas del ferrocarril y las compañías nacionales de transporte de viajeros, con aquello del interrail y otras tarifas para estudiantes que ofrecía el  gobierno luso y algunos más.

Sólo conocíamos una isla, un poco de Eubea. Pretendíamos hacer el circuito de la parte del Egeo que más nos interesaba en aquel momento, un trapezoide cuyos vértices serían  Estambul (Stin Poli), Thesalónica, alguna isla del Egeo norte, Esmirna y otra vez la Poli donde teníamos el billete de vuelta en la aerolíneas turcas.
Aunque ya la habíamos visitado, Troya seguía siendo el centro simbólico del periplo.

De Kabala embarcamos para Samotracia, una isla pequeña, volcánica, muy agreste y ventosa, con el monte de la Luna, Fengari, de 1600 metros, surgiendo del mar como una aparición basáltica de un cuento de Poe. Toda ella huele a monte, a espliego, a tomillo.
Con pocos servicios entonces, estuvimos dos días porque sólo encontramos un habitación húmeda y la alternativa consistía en irnos a un campamento hippie que tenían montado a mil metros de altura, en un lugar idílico, pero lleno de colgaos.
El que nos invitaba era un albañil andaluz catalán enganchado en la aguja que se mantenía a base del alcohol al que le invitaban y  con lo que pillaba. Su alcoholismo estaba ya en fase avanzada y sus colegas, holandeses, alemanes, griegos,  no estaban mejor.
Iluminados de la autodestrucción a dos pasos de Athos como quien dice. Serían más felices allí aunque pasaran la misma hambre. Esta es la miseria que fomentamos con las prohibiciones.

Volvimos a Kavala, porque no había barcos a Limnos pese a que está sólo unas millas al sur, y de ahí otro autobús a Alexandropouli.
De Thassos, muy turística y alemana, frondosa y verde sólo conocimos la capital. Cogimos un ferry a Limnos al anochecer. Estaba a tope, al día siguiente era el 15 de agosto, la Panagía, Nuestra Señora, una de las fiestas religiosas más importantes de Grecia y de otras partes de Europa.
En el barco hicimos corro con un grupo de música tradicional de Alexandropouli, Kaliteknikos Silogos Alexandropouli. Iban también a Limnos pero a currar, a tocar en la fiesta, eran una docena y ensayaban y tocaban por grupos, abandonaban unos y se sumaban otros, en ocasiones sólo un buzouki y una guitarra o un laúd, siempre alguna cuerda en danza. Amenizaron las cuatro horas de viaje.

Nos movíamos totalmente a la aventura, todavía con mochilas y muy poco dinero, el justo para lo imprescindible y un poco menos. Llegamos sobre las doce de la noche, estaban todas las terrazas de los bares del puerto abarrotadas y algunas familias paseaban con los niños. En vísperas, la gente llenaba las calles más importantes de Mýrina, la capital y puerto operativo de la isla para grandes barcos.
Por supuesto no habíamos reservado habitación en parte alguna, y después, con los niños, hemos seguido haciéndolo así casi siempre, hasta este verano. Las sorpresas pueden ser buenas o regulares pero nunca nos defraudaron, ni este bautizo limniota.

Bajamos del ferry y entramos en el Avra la primera taberna con la que nos topamos, con una parra cubriendo la terraza. Theodoros la atendía y Sideris cocinaba. Dejamos las mochilas allí y fuimos a buscar habitación por la ciudad, de unos 5000 habitantes, casi el doble en verano.
Regresamos una hora después desalentados. No habíamos encontrado nada, ni al alcance de nuestra bolsa ni más caro. Zeo nos buscó un taxi barato para que nos llevara a sitios más lejanos, pero tampoco surtió efecto. A las tres de la mañana estábamos de vuelta aún más deprimidos.

Sideris ya se había ido a dormir y Zeodoros cerraba. Sacamos las mochilas del bar y nos fuimos sentando en las sillas de las terrazas todavía abiertas, hablando con los últimos con la esperanza de encontrar una cama. Una pareja de gays me la ofrecía, sólo a mí, pero yo no abandono a mi compañera por un puto colchón. Cerró el último bar y nos instalamos a la puerta del Avra (esa brisa de la mañana que sopla del mar...)
Así pasamos nuestra primera noche en Limnos. Como habíamos llegado tan tarde y no conocíamos la isla, ni la ciudad, no sabíamos que muy cerca había dos hermosas playas, el Romeikos y el Turkikós yialos, el paseo griego y el turco, donde hubiéramos podido pasar mejor la noche. Tres si contamos Rihá Nerá, atraque del Argo en tiempos míticos, cerca también.

Aparte del ruido de las motos, cuando cerraron las discotecas y últimos locales, que giraban derrapando delante de la taberna para volver al centro, en la penúltima gamberrada nocturna, no tuvimos ningún problema.
Muy tarde ya, sobre las 5 de la mañana, dos tipos  se sentaron en la terraza vecina en la oscuridad. Yo no había dormido aunque tampoco tenía miedo, pero me inquietaba la presencia de aquellos hombres.

La violencia está en nosotros. Tenía una navajina con la que pelábamos la fruta y abríamos el pan de los bocadillos y que llevaba siempre encima. El estúpido peleón que llevo dentro pensaba si la navaja me serviría como defensa en caso necesario. La saqué del bolso y la miré, y mi colega, que estaba despierta en ese momento, me dice,  ¿Qué haces?.
Aún hoy  del bochorno que siento no sé dónde meterme cuando me acuerdo, ni qué responder. Los individuos sospechosos resultaron ser dos marineros, dos pescadores que embarcaron poco antes del amanecer. Creo que ni nos vieron. Las mujeres, más sabias, nos educan, ¡qué sería de nusaltres sin ellas!

Seguramente esto tiene  poco que ver con Limnos pero fue una lección que apredí allí, me enseñó a no agobiarme tanto y en lo sucesivo, aunque nunca nos volvimos a quedar tan tirados, a esperar mejores sorpresas de la improvisación y hasta de la imprevisión que hemos elegido como norma de nuestros pequeños viajes, sin tremendismos.

Cumplimos el recorrido más o menos,  pasando por Lesbos y Hios, entrando en Turquía por Esmirna y volviendo a Estambul en bus. Pero en Limnos nos quedamos ya ese primer año diez días en una casina, la primera  de Sofía en Myrina, una familia desplazada de Gallípoli por los turcos en los años 20.
Vimos el concierto del grupo de Alexandrópoli, con uno de cuyos músicos  intercambiamos cintas al día siguiente, yo llevaba a Camarón y a Pata Negra. Y escuchamos a  Dyonisis Savópoulos en el escenario del puerto.

Pero, sobre todo, hicimos nuestros primeros amigos en Grecia, Sideris, Zeodoros y su hermano Stratos. Los Lambroy. Stratos estaba casado con Nancy, chilena y Zeo lo hizo con Mary, colombiana. Ellas fueron providenciales porque los primeros años sirvieron de intérpretes en las conversaciones más sustanciosas.

Volvimos a pasar por ella algunos veranos y conocimos a  Andoñía y a sus padres, a su marido y a su hermano, los dos Yorgos, y a Sula.  La familia Karvelis. Y nos quedamos alguno más, sobre todo los de la primera infancia de los niños. Alquilábamos casas particulares muy humildes, pero siempre nos pareció un privilegio. Así en toda Grecia.

"Ena kai ena canon dio/ kai metá ton Isaías/ ena kai ena canon trías", Uno y uno son dos/ y después de la boda/ uno y uno son tres, dicen unos versos de Manolis Rasulis que canta Nikos Papásoglu, ambos de los nuestros,  que murieron este invierno en Tesalónica.
Un año fuimos tres y regresamos cuatro y eso ya nos acabó de ligar a Limnos de manera definitiva.

En algún momento continuaré, no hice más que empezar...

Salud, geia sas!

Ramiro Rodríguez Prada.