jueves, 26 de abril de 2012

Tupíu


Vuelta a las andadas.
Encuentros en la 5ª fase.

"Sacó del pecho un puñal, tomó a la hija de los cabellos para asegurarla, y cerró los ojos. Un memorial de los rebeldes dice que la cosió con quince puñaladas".

Estaba terminando ya de leer Tirano Banderas con el bárbaro desenlace sabido y teniendo que luchar contra el sueño que me iba venciendo según me acercaba al final. Me quedaba media página y me dormí.
Me daba la sensación de hallarme en un lugar familiar, un tabernucho de mala muerte en un semisótano, pero no era capaz de identificarlo, ni siquiera podía verme, tener la seguridad de que estaba realmente allí, sentirme. Sólo oía risotadas de ogro y el runrún de una melopea cantada por borrachos que parecía venir del exterior, a través de unos ventanos horizontales a la altura del suelo de la calle, estrechos como troneras.

En algún momento las voces cesaron mientras "la voz del ciego desgarraba el calino silencio":

Era Diego Pedernales
de noble generación,
pero las obligaciones
de su sangre no siguió.

Alguien me zarandeaba sin demasiadas contemplaciones. Alcé la cabeza, que pesaba igual que un muerto, pero no veía nada, tenía los ojos pitañosos, pegados por legañas como cazcarrias. Me los froté cuando el bestia que me sacudía me soltó. Al mismo tiempo oí una voz conocida que decía,

¡Déjalo estar, que digiera la tajada, ahí no hay sostén ni gobierno!

Por fin logré atisbar a través de las pestañas el panorama que me rodeaba y el lugar donde me hallaba.
Era el local del Benedicto. Debí dormirme sobre una de las mesas del fondo de aquel antro, oscuro como un país en quiebra. El orangután que el gemelo del Papa tenía por mucamo tras la barra, que debió ser quien me dio el meneo con esas manoplas como garras, llegaba ahora a su puesto en el mostrador sobre el que se acodaban el Bene y don Ramón Mª, ¡cómo no!, que, en ese momento ordenaba al mono,

¡Llena los vasos, carpanta!, y acto seguido, ¡De ese ron no, tolondro, del  fetén!

No tenía el cuerpo para bromas y no me acababa de creer que volviéramos al principio. ¿Qué hacía en ese agujero otra vez? Enterré la cabeza entre los brazos apoyados en la mesa pensando espantar la pesadilla. Me llegaban, ahora con más claridad, los sonidos de la calle.

"En los portalitos, por las pulperías de cholos y lepes, la guitarra rasguea los corridos de milagros y ladrones":
Era Diego Pedernales
de buena generación.
Preso le llevan los guardias
sobre caballo pelón,
que en los Ranchos de Valdivia
le tornaron a traición.
Celos de niña ranchera
hicieron la delación.


Tapones Visente. Box.

Resacón 2012

¡Vamos, caballerete, trinque uno de éstos, que pasó la Resurrección!, escuché casi al oído.
Volví a levantar la dolorida cabeza y allí estaba el genial manco de Vilanova alargándome un vaso que ya a distancia olía a..., ¡no tengo palabras!.

¿No dicen los mistagogos que un clavo saca a otro clavo?, ¡pues apure el trago, flautista, que es el mejor remedio contra el mal de Baco!, añadió en voz alta dirigiéndose al Bene y al engendro de la barra, que le contestaron con sendas risotadas.

Seguía con el brazo extendido ofreciéndo el vaso de caña y mirándome como un buho perverso por encima de los quevedos, con una sonrisa de burla esbozada en las comisuras de la boca, entre la maraña de pelos grises de la barba. Cubría su cráneo de remolacha, de nuevo, con la boina de Baroja.
Tardé bastante en reaccionar pero cogí el... refresco.

¿Qué tal, don Ramón?, conseguí articular a modo de saludo, y sin esperar respuesta llevé a los labios el vaso.
Algo me detuvo en seco a tiempo, quizá otra vez aquel olor del bebedizo, a sanatorio para pobres. Recordé la tos que me dió la primera vez que lo probé allí mismo y el cachondeo que provocó. Humedecí un poco la boca y lo posé en la mesa.

¡A su salud!, dije después mirando al viejo chocho, que no me quitaba ojo.

El ron era tan fuerte que me parecía estar masticando una de esas guindillas de putaparió, que tienen más calorías que la brasa de la punta de un cigarro puro. Debiéron de subírseme a la cara todos los colores del arcoiris hasta acabar en el cárdeno y morado.

¡San Xoán de Guitiriz, soooplaa!!, saltó Valle al fin, ¡O home morreu!, y se reía con esa risina suya convulsiva, que le salía a golpes regulares como obedeciendo a un resorte. Los otros dos pájaros parecían Polifemo y su prima Virtuditas, el Bene, que se adobaba el cojonamen mientras reía enseñando una boca medio desdentada y más negra que su alma.

  
Valle volvió a la barra junto a los dos tunantes. Yo veía desde lejos el careto del Benedicto que con el rostro pálido y el pelo blanco, sonriendo torvamente bajo la luz mortecina que caía sobre el mostrador, era la viva estampa del Papa. Ahora aún se parecía más a su tocayo vaticano. Sólo la cicatriz que le cruzaba las napias hubiera podido servir para diferenciarlo de su gemelo.

Me sentía tan alejado de todo aquello que no me apetecía ni levantarme para abandonar aquel rincón sombrío.
Pero entonces se repitió parte de la escena de la primera noche que estuvimos en la cueva. Se escucharon las voces de una bronca a la entrada del bodegón, luego imprecaciones y  horrísonas blasfemias y, acto seguido, se abrió la puerta con violencia y apareció un gigantón que rugió:

¡¿Do está el bergante?!!!

En un momento se me aclaró la curda, se desatrancó el desagüe del caletre tupíu. Me levanté como un autómata e inconscientemente llevé la mano al bolso posterior del pantalón. Cuando palpé el bulto a través de la tela acabé de espantar la mona. ¿Cuántos meses habían pasado? ¡Allí seguía la barbera de Van Gogh!
Junto a la barra Valle sacudía el garrote con el que me persiguió ya casi hacía un año, la manga izquierda recogida sobre el muñón sujeta con un gran imperdible, la boina ladeada y la mirada fiera. El Benedicto llevaba en su diestra una barra de hierro y detrás del mostrador el antropoide blandía un facón moro curvo.

Mas el gigante bajó los escalones riendo y no hubo nada. Resultó ser un colega de los peines, a los que abrazó entre risotadas. El manco de Vilanova parecía un niño con barba y lentes enterrado en el pechazo de aquel hombrón.

Yo respiré en mi rincón oscuro, aliviado. Demasiadas tensiones para un pobre borracho. Me bebí el vaso de ron como si nada y me dejé caer otra vez en la silla. Sólo quería dormir.


Puro teatro. La Lupe.


Buenas noches y felices sueños.

Ramiro.

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