viernes, 6 de enero de 2012

Epifanía y fin de fiesta


Triagrama funerario para don Ramón

¡No quiero a mi lado ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuíta sabiondo!.

Se lo estaba diciendo don Ramón María del Valle-Inclán a Saturno, sentado y erguido, sin joroba ni difraz del conde de Romanones. El actor callaba arañando la superficie de la mesa de la bodega con la uña. Tenían sendos vasos delante pero no había jarra ni botella

¿Dónde la verde quiebra de la altura
con rebaños y músicos pastores?
¿Dónde gozar de la visión tan pura

que hace hemanas las almas y las flores?
¿Dónde cavar en paz la sepultura
y hacer místico pan con mis dolores?

Recitaba don Ramón sin énfasis, solemne y grave, como nunca lo oyera. Me quedé paralizado en el recodo de la escalera, escuchando. No quería romper aquella magia.


¡Todo hacia la muerte avanza
de concierto,
toda la vida es mudanza
hasta ser muerto!

¡Mi existir se cambia y muda
todo entero,
como árbol que se desnuda
en el enero! 

Recordé que estábamos en enero, en la noche del 5, víspera de Reyes y que me había ido a la cama pronto agotado de tanto trajín cabalgatero, juguetero, cocinero y turronero. Vine a parar a la escalera del bodegón del manco de Vilanova sin saber cómo.
Los dos hombres bebieron, pero enseguida Valle volvió a declamar.

Tuve conciencia. Ví la sombra mía
negra, sobre el camino de la muerte
y vi tu sombra blanca que decía
su oración a los tigres de mi suerte. 

Resultaba dramática la escena y triste en aquel escenario subterráneo lleno de trastos inútiles, inservibles como los dos zombis geniales, porque sentía ya tanta ternura por el otrora jorobeta como por el buen manco. Decidí bajar y tratar de animarlos. Valle se había sentado y apoyaba la barbilla en el bastón de la curuxa, Satur no había cambiado de postura y seguía rascando en la madera.

¡Buenas noches, señores!, canté muy rumboso.

Nadie se movió ni me contestó pero de pronto don Ramón se giró y poniéndose en pie me apuntó con el bastón. Quedé tieso sin mover un pelo. Y dice, como si no me viera, mirando hacia la escalera,

¡No tuve miedo, fui turbulento,
miré en las simas como en la luz!

Me dió un repeluzno cuando habló de simas. Sólo se me ocurrió decir otra vez Buenas Noches, pero con el mismo resultado. Valle retrocedió hacia el centro de la bodega y se volvió encarando una cuba vacía. Saturno sólo arañaba en la mesa y seguía callado.
El manco, más esperpéntico que al principio, blandía el bastón frente a la boca abierta de la cuba, amenazándola con una estocada. Pero volvieron a beber y empezó a recitar de nuevo. 

¡Cubista, futurista y estridente
por el caos febril de la modorra
vuela la sensación, que al fin se borra,
verde mosca, zumbándome en la frente!

A las dos en punto de la tarde

Empecé a sentir un frío mortal. Me miré pensando que tal vez iba desnudo como aquella otra noche en la que no sabía dónde estaba, ¿qué noche?, ¡qué importa, una cualquiera! La primera vez que había estado allí. Bebieron otro trago.

¿No hace mucho frío esta noche en la bodega?, pregunté acercándome un poco a Saturno y dirigiéndome a él. Pero seguía imperturbable rascando la madera, como si no me viera ni me oyera.
Me empezaron a castañetear los dientes no sólo por el frío sino por la sensación de miedo que me iba ganando.
Algo en mí decía, Sólo es un sueño, pero no lograba tranquilizarme. Bebieron por cuarta o quinta vez y yo pensé que el vino de aquellos vasos no se acababa nunca.
Ví a don Ramón parado frente a la cuba alzando la cabeza al techo como cuando buscaba en la distancia las luces de A Pobra do Caramiñal desde el pino de la Illa de Arousa y se me encendió a mí una: tuve el atrevimiento de alzar la voz para decir, ¡Tejerina!.

¡Nada! Por toda respuesta un silencio más punzante que el frío. Aterrorizado sin saber a ciencia cierta porqué fui reculando poco a poco hacia la escalera. Me giré para subir y salir de allí, pero entonces un grito me detuvo. Don Ramón me apuntaba con el bastón desde el fondo del sótano, en la semioscuridad sólo se le veían brillar los quevedos y relampaguear la blanca barba con el ritmo de los versos.

Soy el negro dueño
de la abracadabra
y trisca en tu sueño
mi pata de cabra.


Salí de allí como alma que lleva el diablo, pensaba, ¿no serán ellos los muertos y yo el fantasma?

Desperté hace un rato sudoroso. Estaba en la cama matrimonial de casa, con mi compañera al lado. En la habitación hacía calor y me levanté. Había quedado encendida la calefacción y fui a la cocina a apagarla.
Sobre la mesa había una botella de Centenario Terry del mejor. No es el lugar donde los Reyes infantiles dejan los regalos, pero sí tal vez los duendes y trasgos amigos del manco genial. Abrí la botella, llené un vaso y lo alcé brindando por él, 

¡Va por usted, don Ramón!

¡Larga vida al brandy proletario!, contestó la voz del galego desde el patio de luces.

Lo estoy bebiendo ahora mientras os lo cuento.

Salud.

Ramiro.

P.D. Pata Negra. Pasa la vida.


Felices sueños.