lunes, 16 de enero de 2012

Ψαρά, Psará


Grecia 2011

Ηe mencionado ya a Mitsos en varias ocasiones al hablar de la parea, los amigos de Ayi Apostoli de este año, que trabaja en la taberna de Spiros y es psariota. La primera persona con la que hablamos cuando llegamos hace dos años al puerto de Petriés con el taxista de Kimi.

Ψαράς, Psarás es pescador. La pequeña isla al oeste de Χίος, Chíos, vive de la pesca y un poco del turismo. En línea recta atraveasando el Egeo no está a muchas millas al este de Limani Petrión, el puertín de Ayi Apostoli en Eubea, donde el psariota curra ahora.
Mitsos nos contó, sorprendido de que conociéramos su isla, que o kirios Pappas, el hombre que nos alquiló diez días una casina en la única población de la isla, del mismo nombre, había muerto hacía unos años. Es lógico, ya era mayor cuando lo conocimos hace 20.

Nos decidimos por Psará porque las Inouses, al este de Chíos, frente a la capital, muy próximas en el canal que la separa de Asia Menor, islas de armadores, eran más caras, los emigrantes traían el suficiente dinero como para que sus habitantes no prestasen mucha atención a los turistas para completar sus ganancias.
Desde la oficina de turismo griego, la municipal, en el puerto de Chíos nos pusieron en contacto con la isla y alquilamos la casa sin verla por consejo de una funcionaria muy amable que nos atendió. Y acertó.

Pasamos la noche en la ruidosa y movida capital de la isla de Homero y al amanecer del día siguiente cogimos el Psará, un kaike que la une con la isla, en una ruta un poco larga por el este y el norte de Chíos para descender después por el oeste hasta Psará y Antipsará, la islina deshabitada que la acompaña a sotavento. Digo larga porque no hubo buena mar, atendieron a la llamada de socorro de un barco turco que nos obligó a un rodeo de tres horas y yo, para no faltar a la costumbre, me mareé horriblemente.

En el barco trabamos conversación con un emigrante australiano que volvía a la isla por el verano a pasar un par de semanas y celebrar la Panagía para la que faltaban apenas tres días. Nos invitó a comer con su familia el día de Nuestra Señora, el 15 de agosto, en las dependencias de un monasterio ortodoxo, Moni Kimisis tou Theotocu, situado en el extremo norte de Psará, donde nos reuniríamos el día señalado casi todos los habitantes de la isla, poco más de un centenar contando a la docena de turistas que la visitábamos.

Con ayuda del gobierno francés habían puesto en marcha un restaurante en las casetas externas del puerto, que fueron utilizadas hasta principios del XX para recluir en cuarentena a los marinos que regresaban, tratando de evitar el contagio de epidemias como la peste o el cólera, que diezmaban entonces muchas regiones de Europa.

El cocinero del restaurante, contratado por los franceses, era sin embargo psariota, había tenido su pequeña historia personal al enamorarse de una colombiana cuando trabajaba en un mercante y rechazar un matrimonio más o menos concertado que todavía se estilaba en algunas zonas más aisladas.
Regentaba un restaurante griego en Burdeos y lo cerró para embarcarse en esta aventura incierta en su isla.
No sabemos cómo les habrá ido a él, a su mujer y a las dos niñas que tenían. Buenas personas con las que intimamos aquellos días.

En la isla no había coches, sólo una escavadora  para las obras que estaban en marcha y un camión volquete para transportar la tierra. En la caja del camión fuimos el día de la Panagía los turistas y algún psariota que no había dormido la noche anterior en el templo o no pudo ir a lo largo de la mañana.

Comimos una caldo muy ligero de garbanzos (o eran fréjoles?) en una mesa grande donde nos sentaron, invitados por los cofrades. Finalmente no acompañamos a la familia grecoaustraliana, parecía que nuestra cercanía con el cocinero hubiera creado una serie de increíbles tensiones de amistad y parentesco que no llegamos a desentrañar del todo. En un lugar tan pequeño todos están unidos por algún tipo de lazo.
Esto daría para otras dos buenas entradas, aunque más que con la isla tendrían que ver con el comportamiento humano en general, al margen de las patrias.

Pero también tuvimos nuestra pequeña controversia por las susodichas.

Nosotros ya conocíamos Turquía y se nos hacía muy difícil aceptar los lugares comunes del nacionalismo para condenar al vecino. Hacía poco que los libros de texto en las escuelas griegas habían empezado a contar la historia sin apelar al perverso otomano.
Así que nos enzarzamos también en una discusión sobre la bondad y la maldad de los pueblos.
¡En Psará, una isla heróica en la historia griega! Allí Ibraim Pachá había masacrado o esclavizado a varios millares de griegos, hombres, mujeres y niños, que resistieron con bravura hasta el final. Su historia es un calco de la de Arkadi, en Creta, donde algunos miles de griegos se inmolaron antes de caer en manos de los turcos bajo la bandera de Libertad o Muerte, ΕΛΕΥΘΕΡΊΑ  Η ΘΆΝΑΤΟΣ,   como en  aquella hermosa novela de Kazantzakis, El capitán Mihalis.

¡No sé cómo no nos corrieron a gorrazos y nos echaron al Egeo! La verdad es que hubo ciertas tiranteces en algunas sisas hasta el fin de nuestra estancia, pero leves en definitiva.
El último día se ofició una boda y por la noche volvió a reunirse la totalidad de la isla en la taberna donde se celebró el baile posterior y donde se produjo la catarsis. Acabamos bebiendo todos como amigos.

Pero ya me voy muy lejos y he decidido contar el resto otro día. Quizá mañana.

Hablaré de ellas si puedo en algún momento: para escuchar tango al que son adictos como yo, pero del buen porteño rajao, no del italiano, la mejor es sin duda la gran Poli Panou, a la griega, que es también buena rebetissa.
Pero como no encuentro el tango que busco os pondré otra aunque sólo sea por llevar la contraria con el título, porque no se aprecia del todo el desgarro del fraseo de Poli y su deje final. Y no es un tango.

Dame un cigarro para fumar, Δωσ μου να καπνίσω ένα τσιγάρο.


Y de las más jóvenes que ella, pero no tanguista sino como intérprete de otros estilos más lánguidos y dulces, la que más me emociona es Melina Kaná, ¡auténtico veneno griego!.

De Ι Μελίνα Κανά, Φειρούζ, una canción de Θανάσης Παπακωνσταντίνου, Zanasis Papaconstantinu.


Parece que vuelven a funcionar bien tanto el volumen como la posibilidad de escribir en griego. Esto me anima pese a que el frío continúe. Por si os apetece escuchar la versión del propio autor en directo, ahi está.





Salud, Υγεία.


Barbarómiros.