martes, 24 de enero de 2012

Sombras -3


San Justo, diciembre 2011

Entre los pensamientos recurrentes sobre el blog está el de las Etiquetas. Ya comenté que en ocasiones me apetecía abrir alguna otra menos genérica, acotando más los temas. Así, he ido recargando algunas como Alfabetos, Arquitectura o Perdío en detrimento de otras como Música o Currucas pardas.

Sin embargo siempre se impone la mesura y me digo que con las que atiendo voy que chuto, ¿qué importa que unas engorden más que otras? Porque hasta hace bien poco seguía con el empeño de llevarlas más o menos a la par, lo que me obligaba a escribir en ocasiones sobre un asunto del que no me apetecía mucho hablar ese día. Pasé de ello.
No desdeño la eficacia de la disciplina pero yo ya cargo al hombro con una más real e impositiva que cualquier vocación, y en estos días fríos la cruz absorbe la humedad y pesa más.

Veo el blog de mi colega Lucas, Geotropía, con la tira de etiquetas, como mis ristras de fotos y no sé porqué me viene a la memoria un poema que recitaba mi padre y que se atribuía, desconozco si es apócrifo, a Espronceda.
Se titulaba Desesperación. Debía de ser uno de aquellos pertenecientes a un libro que manejaron los de su generación titulado Las 100 mejores poesías de la lengua española, o algo así.

Los quintos suyos tuvieron que aprender de memoria, como él, muchas de aquellas poesías, e incluso generaciones posteriores, y hasta estudiando en los curas.
¿No era Desesperación un poco picante para la época?. Yo casi la aprendí también de oírsela, sería el morbo.
¿Porqué la asocié a la profusión de etiquetas?. Pues quizá por esa liberalidad y despatarre sin complejos que describe el poema.

Los versos que recordé son los finales y decían:

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo, qué ilusión!
  

León, invierno 2011

Es todo el poema bastante tremendo, tremendista y tremebundo, con la característica escenografía fantasmagórica romántica. Recuerdo con más frecuencia aún estos otros versos:

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

¡Ñoooooó, qué fueteee! La adolescencia trascendente, la atracción de las ánimas benditas, de la fosa.

¡Joossss!...
¡Medo, paura y tremor,
apiádate de nos Senior! 

En otro orden de cosas y de poemas he aquí uno de Perito en Lunas, de Miguel Hernández, muy modernista y valleinclanesco. Duro de roer.

La Octava nº XXXVII, Crimen pasional.

Fría prolongación, colmillo incluso
de sus venas, si instables ya, de acero
y salidas de madre por ayuso,
injerta en luna cata vivo cuero.
Si la firma Albacete, hizo mal uso,
a lo inconmesurable, de mi entero.
Lengua en eclipse, senos en agraz,
estamos para siempre en guerra, en paz.

San Justo de la Uve, 2011

El Púlgar, Pulgarzito, se atrevió a musicarla y me encontré con esta grabación casera hecha por él mismo, ¿al final de una noche arrasadora?, pero con el alma que le quedaba en la garganta y en la guitarra. Creo que es la primera vez que se pone música a esta octava.
El Púlgar recrea también, en cierto modo, sus orígenes de músico callejero, de cantautor y crooner solitario, más intimista que ruidoso, un superviviente de varias guerras, aquí de un crimen pasional.

¡Qué pensamientos te asaltaban, brother, con esa carucha descompuesta y triste, manito! Estamos para siempre en guerra, en paz...


Υγεία, Salud!

Barbarómiros.