viernes, 9 de marzo de 2012

Sombras en la nieve -4


Árbol en invierno
Asturias 2012

Nevada


Aquel año no tuvo la precaución de bajar las vacas antes de las nevadas y la primera, tempranera, hay que decirlo en su descargo, lo pilló con el ganao en el monte. No temía por ellas que andaban pastando solas todo el día sin necesidad de pastorearlas y por las noches se recogían en la cuadra de la cabaña mucho antes de que empezara a oscurecer.
El problema de la alimentación tampoco era acuciante porque en el pesebre tenían algo de reserva y sobre éste, por la ancha abertura de tablas en el piso superior, donde se almacena la paja y por donde se ceban los comederos, las vacas metían la cabeza para sacar el heno fragante, incluso con el pesebre lleno, caprichos de rumiente.

Más grave era el problema del agua, aunque tampoco definitivo. Había una pequeña reserva en el pilón exterior que confiaba en que no se hubiese congelado. Habría suficiente para algunos días y los animales podrían resistir varios más en caso necesario.
Aún peor era el ordeño. Si la nieve era mucha arriba en el monte y no podía llegar hasta ellas, las dos vacas, que eran el sustento de una familia numerosa con mayoría de niños pequeños, podían enfermar y comprometer la ya justa alimentación de sus propios hijos.

Pero lo que más le preocupaba era la posibilidad de que los animales fueran atacados por lobos. Recién empezado el invierno era difícil verlos tan abajo, pero en lo más crudo de la estación no era raro encontrarlos merodeando incluso en los alrededores del pueblo.

Todas las mañanas subía con el caballo a la campera para ordeñarlas y por la tarde repetía la visita. La puerta de la cuadra siempre quedaba entornada preveyendo cualquier eventualidad. Si esta emergencia hubiese ocurrido en enero las posibilidades de encontrar a las dos vacas muertas y despedazadas hubieran sido de un 50%,  más o menos.
La faena completa le llevaba unas dos horas, algo menos de una en la ida, a caballo, siempre cuesta arriba, otra media para el ordeño y otro tanto para bajar. Con la visita de la tarde cuatro horas diarias en total.

Asturias, febrero 2012

La mañana amaneció con un sol tibio iluminando la nieve pero sin una nube en el cielo.

Muy temprano aparejó el caballo, cargó las lecheras y unas piedras de sal para dejar en la cuadra por si no podía bajar las vacas, para que lamieran. Todavía abrigaba la esperanza de que  esta primera nevada no hubiera dejado mucha nieve en el monte, porque en el pueblo no había más de 10 centímetros. Y la nieve de las primerizas no solía durar pues era poca y la temperatura no demasiado fría. En un par de días podía desaparecer completamente.

La primera parte del camino era muy cómoda, ancha, ascendía suavemeente a lo largo de un valle por donde discurría el riachuelo torrencial que daba nombre al pueblo. Las cabañas estaban en la cabecera del valle y en la segunda parte de la ruta se terminaba el camino y seguía una senda empinada y resbaladiza donde, en muchas ocasiones, debía bajarse del caballo para continuar a pie tirando de la caballería con los ramalillos. Este tramo es al que más temía. A partir de ahí aumentaba siempre de manera ostensible la cantidad de nieve acumulada.

Pero si la nevada era de las grandes los problemas empezarían ya a la puerta de la cabaña. Allí tenía una pala con la que podría despejar de nieve el corto camino hasta el pilón, pero imposible, estando él solo, abrir una vía que atravesara los doscientos metros de campa hasta la senda de bajada. Y llevaba otra en el caballo por si la necesitaba en la subida. Había sopesado la posibilidad de levantar de la cama al mayor de sus hijos para que lo acompañara, entre los dos tal vez pudieran abrir un paso  a los animales. Lo descartó por precaución, el chaval acababa de cumplir 13 años.

Recorrió el valle sin mayores problemas aunque echó más del doble de tiempo que otros días. Las sombras sobre la nieve le parecían algo espectrales, con una luz líbida y congelada, teñida de las preocupaciones que sentía.
Bajó del caballo al iniciar el ascenso por el sendero pindio, la nieve aumentaba poco a poco conforme progresaba pero no había mucha todavía. Iba esperanzado cuando llegó a lo alto, al borde de la campera.
Allí no había más de medio metro. Puso las raquetas y tiró del caballo. Sólo podía ver el tejado de la cabaña, un poco oculta, construida en una pequeña hondonada en el extremo opuesto de la campa, al abrigo del norte.

Enseguida comprendió que no podría llegar con el caballo hasta la cuadra, la nieve había cargado de manera sorprendente en esos últimos doscientos metros de suave ascenso hasta las cabañas, situadas en la parte más alta. Cada dos metros aumentaba diez centímetros su altura. En la mitad de la explanada descargó las lecheras y la pala y volvió sobre sus pasos para atar el caballo a unos arbustos en el punto de donde había partido.

La puerta de la cuadra, protegida del norte no tenía sin embargo mucha nieve delante y enseguida despejó a paladas el tramo de allí al pilón de agua.
Las vacas giraron las cabezas y lo miraron aburridas cuando empujó la puerta entreabierta. Sin dejar de rumiar alzaron las orejas como gesto de bienvenida. Y a otra cosa. 

Asturias 2012

Ordeñó y sacó las vacas hasta el pilón. Todavía tenían agua en la cuadra, pero llenó hasta el borde
los dos recipientes. Mientras realizaba estas labores pensaba en la posibilidad de ponerse él solo a palear nieve. Tenía muchas horas de luz por delante y no parecía que el tiempo fuera a empeorar. Guardó las vacas y cogió una brazada de hierba para el caballo. Cargó una de las lecheras y volvió a desandar las huellas sobre la nieve hasta la caballería.

Hacia el centro de la campa miró atrás y le pareció que quizás pudiera abrir un estrecho sendero suficiente para el paso de las vacas. Por lo menos lo intentaría. Si lograba llegar hasta allí había muchas posibilidaddes de volver a casa con los bichos sanos y salvos.

Dejó la hierba junto al caballo, cogió los pedruscos de sal y volvió rápido a la cabaña con el entusiasmo renovado.

En la primera hora despejó unos diez metros. Era el medio día e hizo un descanso para comer un poco de chorizo y queso que llevaba, y el pan y el vino de andar el camino...
Forrado ya y repuesto volvió al trabajo. Calculaba que a ese ritmo podría limpiar el camino hasta el centro de la campa en unas 6 horas porque más abajo había menos nieve y adelantaría la obra. Era lo justo para acabar antes del oscurecer.

Se aplicó, pero no contaba con el empeoramiento del tiempo. Por la tarde el cielo se cubrió completamente, bajó la temperatura y hacia las tres comenzó a soplar un vientín cargado de falispas de nieve helada. Le quedaban todavía dos horas como mínimo para alcanzar el punto desde donde pensaba que las vacas podrían caminar y defenderse solas.
Todavía insistió un buen rato pero viendo que el viento arreciaba y la oscuridad se hacía más amenazante, comprendió que no llegaría a tiempo, y no debía perder además ni un instante.
Como si el caballo hubiera oído sus pensamientos relinchó desde el borde de la campera donde seguía atado.

Subió hasta la cuadra, recogió la otra lechera y echó un ultimo vistazo. El pesebre estaba lleno. Todo en orden. No tenía más cacharros para volver a ordeñar las vacas y pensó que tendría que regresar al día siguiente temprano si la nevada que cayera esa noche se lo permitía. Salió entornando la puerta y las vacas giraron la cabeza para despedirlo, pero no alzaron las orejas.

Cuando llegó junto al caballo parecía ya noche cerrada aunque no pasarían muchos minutos de las cinco. Había cedido un poco el viento pero ahora empezaba a nevar con más ganas. Aseguró las lecheras al animal y enfiló senda abajo.
La pendiente inclinada era mucho más peligrosa y resbaladiza bajando que subiendo. Tuvo que tomar precauciones en algunos tramos para no perder la leche o provocar la caída de la caballería.

Hacia la mitad de la cuesta paró unos minutos a descansar porque de la tensión del descenso le temblaban las piernas. Se sentía muy cansado de la intensa mañana de paleo. El viento había cesado por completo y reinaba una calma hueca, sin sonidos, pero caían copos como mantas que en unos instantes habían cubierto las huellas que dejaron a su paso.

Emprendió la marcha de nuevo arreando al caballo. Les quedaban apenas trescientos metros para llegar al camino del valle donde no habría tanta nieve ni caería con la intensidad con la que lo estaba haciendo ahora allí arriba.
En ese momento, cuando iniciaban uno de los trozos más peligrosos del sendero, escucharon el  aullido. El animal se asustó e intentó detenerse, pero le resbalaron los cascos delanteros y se fue con las patas por delante. Arrolló al hombre, que le precedía sujetando los ramales.

Calmó al caballo una vez que logró ponerlo en pie y sólo entonces pensó en las vacas, aunque el aullido no se había oído detrás de ellos, sino delante. Comprobó que las lecheras seguían íntegras, blasfemó en voz alta y tiró del caballo. Estaban ya muy cerca  del camino y seguía nevando intensamente.

El yunque de Chillida
Asturias 2012

Cuando desembocaron en el camino le pareció ver una sombra cruzándolo. Ya no se distinguía prácticamente nada, caminaban por una especie de túnel formado por los árboles que bordeaban el torrente y la escarpada ladera opuesta del monte. El caballo estaba muy nervioso, montó y le acarició el cuello, en el suelo no había más de 20 centímetros de nieve y la intensidad de la que caía era también menor.
Aunque tuvieran que caminar despacio en menos de una hora estarían en casa.
No podía apartar el pensamiento de las vacas, si bajaban los lobos no tendrían ninguna aportunidad. Podía despedirse de ellas.

No llevaban ni diez minutos bajando cuando lo vio en medio del camino a la salida de una curva. El caballo se encabritó y lo tiró al suelo. Por fortuna no soltó los ramales y lo pudo sujetar porque el animal hubiera arrancado a correr. Cuando logró calmarlo el lobo ya había desaparecido del camino. Volvió a montar. Estaba molido.

El caballo apenas avanzaba pateando nervioso la nieve y negándose a seguir. Era un animal noble y acabó obedeciendo. Notaba la tensión de su montura debajo de las piernas. Debía seguir montado si no quería perder aquella partida que empezaba a parecerle crítica para su vida. Minutos después oyeron otro aullido muy cerca, delante de ellos. Otros dos contestaron  también muy próximos a sus espaldas.

A duras penas logró sujetar la caballería sin caer, relinchaba y coceaba como si llevara al mismo demonio al rabo. Siguieron adelante y un rato después, ya en una oscuridad práticamente total, creyó ver a un lobo trotando a su vera, entre el caballo y la ladera del monte. Había menos nieve y el caballo aligeraba el paso, se giró y entonces vió que otros dos lobos los seguían casi pegados a las patas de su montura.

Dejaba de nevar y sólo caían ya copos aislados, pero el avance seguía siendo lento y la intranquilidad del animal parecida. En una zona de vegetación densa con un paso sobre el torrente vió perfectamenete al lobo que llevaban al lado porque se cruzó entre la patas del caballo. Este pateó y coceó como loco y alejó al lobo, los otros dos animales que los seguían se colocaron entonces a cada lado. Reemprendieron la marcha, no podía dejar que el caballo empezara a trotar queriendo escapar porque lo más probable es que acabaran callendo y sus posibilidades frente a tres elementos como aquellos en su terreno eran escasas, en especial para el hombre.

En un momento fue consciente de la tensión que estaba viviendo porque se quedó sin voz intentando alejar a los carnívoros y calmar a su montura. Ya no podía dar órdenes pero sus piernas apretaban la barriga del caballo con una fuerza extraordinaria, notaba las uñas clavándose en sus manos callosas sujetando las correas, y sentía el cuello tenso pendiente todo el tiempo de los lobos que les seguían y ahora marchaban paralelos a ellos.
No estaban ya muy lejos del pueblo, tal vez a un cuarto de hora, cuando volvió a aparecer delante de ellos el lobo que habían visto primero. El caballo quiso girarse y a punto estuvo de echar abajo al jinete y a las lecheras. En el movimiento debió pisar a uno de los lobos que lo flanqueaban porque el bicho aulló y entonces el caballo arrancó a correr aterrorizado sin que el caballista pudiera evitarlo tirando del ramal con las pocas fuerzas que le quedaban. 

El camino era muy cómodo ya y no llegaron a caer. El hombre logró dominarlo y llevarlo al paso, pero los tres lobos no pensaban abandonar a sus presas, las siguieron hasta cerca de las primeras casas del pueblo, cruzándose entre las patas del caballo que se paraba y giraba coceando tratando de alcanzar a alguno de ellos.

Invierno 2012

Cuando llegó a casa vió luz en la ventana de la cocina, tal vez la familia estuviera ya cenando, no serían aún las nueve de la noche. Fue directo a la cuadra,  desaparejó a su montura, le puso algo de cebada y le acercó agua limpia. El caballo se agachó a beber pero algún ruido debió asustarlo y estaba todavía tan tenso y atemorizado que alzó de golpe la cabeza y derramó el cubo del agua. Lo ató y le puso otro caldero.
Con una lechera en cada mano se metió en casa. Le dolía todo el cuerpo, no podía girar el cuello ni articular palabra. Cuando entró en la cocina lo recibió un silencio lleno de expectación pero también de temor. Todos lo miraban como a un aparecido.

¡Que te pasó!? preguntó su mujer con la misma cara de susto de quien hubiera visto tres lobos como los que él había llevado de escolta.
Se hizo un sitio en el banco corrido donde se sentaban sus hijos y señaló la garganta.
¿Qué tienes en el pelo, está nevando?
Negó con la cabeza. Sus hijos lo miraban cada vez más asustados. El más pequeño se le acercó y le sacudió el pelo como si quisiera quitarle la nieve.
Tienes el pelo blanco, ¡y las cejas!

Se levantó con dificultad, agarrotado todo el cuerpo, con una tortícolis bestial y fue hasta el fregadero sobre cuya pared colgaba un pequeño espejo. Un hombre canoso y envejecido, veinte años mayor que él, lo miraba desde allí.

Marchó a la cama sin dar explicaciones a su familia, que lo seguía mirando expectante y preocupada.


Ramiro Rodríguez Prada.

Los Lobos, El Canelo.



P.D. Esta es una historia que me contaba mi abuela Ana siendo un niño. Lo hacía con tal verismo y suspense, ponía tanto énfasis en los pasajes más tensos que nos la hacía vivir como si estuviéramos en el lugar de aquel hombre. Ya no sé si en ella había retazos de otras varias, pero el hecho es que la hacía pasar por verdadera. Incluso el héroe era el bisabuelo Francisco que debía ser bastante célebre porque protagonizaba más fábulas. Nunca supimos tampoco qué había sido de las vacas, se cuidaba muy mucho de desvelarlo, era parte del rito, del suspense y el enigma. ¡Qué buena, abuela!.

Hasta mucho después, intentando recordarla y reproducirla, no me pregunté cuánto de verdad podía haber en el cuento o cuentos, y cuanto de fantasía. Siempre se relacionó al lobo, y a las historias de pánico en general, con eso de perder el habla o la trasformación repentina del pelo normal en canas.
Lo más chocante e inverosimil de todo era que la puerta de la cuadra quedara abierta por las noches. Lo es también que ellas solas, las vacas, entraran y salieran, que quedaran sueltas dentro, sin atar o que el dueño esperara tanto a bajarlas como para que lo sorprendiera una nevada tan espectacular, muy rara en un tiempo poco frío.

Hay algunas dudas más, pero en definitiva yo no era capaz entonces de valorar un aspecto de la narración que si falla la puede arruinar, así como tampoco el que su falta, si otros valores del cuento la obvian, puede disculparse e incluso pasar desapercibida, y es la verosimilitud. Si una historia nos engancha por su emoción, garra o fuerza olvidamos hasta la crítica de lo real, no nos preguntamos por los fallos que la denuncian como falsa. Y es que realidad y fantasía están en el aire, siempre por definir.

 Que descanséis y durmáis como niños. 

Ra.