jueves, 3 de mayo de 2012

Pepita y Josepín


¡Ssníífff!...

Pepita y Josepín.

Pepita tenía ya esa edad en la que las hembras dejaron de sufrir por sus esclavitudes mensuales, a lo largo de no menos de cuarenta años en el caso del ser humano. La naturaleza hace pagar a las mujeres un tributo tan duro como el que muchas pagan también al machito de turno. Pero en este capítulo Pepita no podía quejarse, su compañero nunca se había atrevido a levantarle la voz y menos la mano.

Después de no sé cuánto tiempo -le fallaba la memoria y siempre tenía que echar sus cuentas-, bueno pues después de eso, se le acercaba por fin la edad del retiro. Es verdad que ahora la habían retrasado un poco y ella debería seguir trabajando un tiempo más, pero esperaba que no fuera demasiado. Y, además, ya no producía como antes, empezaba a estar cansada y, francamente, poco más podría dar de sí, pero así se habían puesto las cosas.

Pepita estaba un poco rolliza, pero se gustaba, era parlanchina, casi un pico de oro porque tenía chispa al hablar. Todavía conservaba cierta alegría en el rostro, y su  prestancia natural, pues era grande pero gallarda sin llegar a altiva; en la juventud su talla amedrentaba un poco a los gallitos que se le arrimaban, pero eso le evitó tener que espantar a muchos molestos moscones que zumban alrededor de cualquier flor.

Era gracioso que después de un sinfín de pretendientes, todos buenos mozos, acabara juntándose con el que sería su compañero, un individuo ruinuco, delgado y de menor estatura que ella. De hecho hacían una pareja extraña a la vista, él siempre un paso por detrás de ella cuando caminaban juntos. Y para mayor escarnio tenían el mismo nombre, Josefa y José, aunque a él todo el mundo le llamaba Josepín y, para abreviar, Pin.

Él era algo mayor que ella y estaba a medio paso de la jubilación, entraría en la próxima hornada. Dejando a un lado la hornada, ¡que ironía la de esa palabra, "jubilación"!. Del latín iubilatio, júbilo, gozo. ¿Alegría?. ¡¿Alegría de qué, de que te falten cuatro días para acabar en la olla?!. Pin, a pesar de la brevedad de su físico escurrido, era de carácter enérgico, no se arrugaba fácilmente, tenía raza el jodío.
Dio con Pepita que, contradiciendo su apariencia, era dulce, pacífica y reidora, sabía conducir a su hombre por la buena senda con sensatez, sentido común y mano izquierda. Habían sido grandes amigos además de pareja de nido y disfrutaron del resto de juegos conyugales, ¡cómo no, como chavales!.

La Cabra Mecánica - Felicidad.

León 2012.

Y ahí seguían los dos. Pepita algo torpe ya a la hora de moverse, quizá debido a la obesidad, esas grasas que le sobraban, esas enjundias que le colgaban por todos lados. Y le dolían los huesos. Por no hablar de otros achaques que no le apetecía recordar. Josepín en cambio se fatigaba al menor paseo que diera y al mínimo esfuerzo que realizara, aunque no le pesaran las carnes sufría en cambio una psilicosis galopante.
Así que se arrullaban como dos palomos y cuidaban sus plumas respectivas sin ahorrarse mimos, él era recio pero cariñoso y ella muy juguetona.

Otra virtud de Pepi era su espíritu positivo, pensaba en la cercana jubilación de su pareja como si fuera ella la que la alcanzara. Allí tendría tiempo de ir al gimnasio y cuidarse un poco más, ya no existían las obligaciones familiares, podrían salir de aquello, más parecido a un gallinero que a un corral abierto, donde habían vivido junto con otras muchas parejas y sus proles durante toda una vida. Conocer algo de mundo los rejuvenecería. Eso hacían todos cuando colgaban por fin las herramientas de trabajo y dejaban de ser útiles para la producción.

En las fiestas de fin de año, cuando se come mejor y, sobre todo, más, siempre sobra comida, un derroche. Unos días antes se cumplió su plazo y Josepín se retiró. Vinieron a darle la noticia, ¡Pín, Pin, que te retiran, que plegas, compañero!. Y se fue a firmar el finiquito.

Pepita está preocupada, hace días que no lo ve, no sabe por dónde anda. Cuando vienen a echarles el pienso, el grano, las berzas para que picoteen, o los restos de la comida de la casa y las llaman por el nombre, ¡Pita, Pita!, ya nadie pregunta por su colega. Se aburre sola, sin huevos que poner ni que incubar desde hace mucho, pero sobre todo sin su Pín del alma.

Hoy las sobras que les dieron, una sopa con un caldo de ave turbio le supo tan familiar que le provocó náuseas. Pronto la jubilarán a ella también, piensa,

¡A ver si vuelve ese pendón!...

Ramiro Rodríguez Prada. 2012.

Solo con mi tres cubano. De Yulex.

http://www.youtube.com/watch?v=s-7K_51JCQ8&feature=related

Salud.