sábado, 2 de junio de 2012

Por buen camino


Galicia caníbal.

¡Fai un sol de carallo!, dijo Valle-Inclán con voz ronqueña al ver que fotografiaba el cuerno-bota que ya otra noche había visto en su bodega. No sé si lo dijo por el flash o por las lamparillas que su criado Eusebio había repartido por el sótano dejando a oscuras sólo los rincones más alejados y la parte alta de las estanterías, junto al techo, sobre las que había visto el chibuquí.
¡Saca una jarra vino, Usebio, que sin carbón no hay chucu-chucu!, y volvió a girarse hacia mí como si hubiera dejado alguna conversación interrumpida.

Bueno pollo, llegó el momento de probar ese chibuquí.

Basta que pensara en ello para que el cabrito pareciera que me leía el pensamiento. Yo tampoco quería mostrarme muy ansioso y volví a meter la patas haciendo preguntas que o no le gustaban o no quería responder.

¿Qué fue de Saturnino, don Ramón?.

Silencio. El buen gallego se volvió hacia el gigantón que llenaba el jarro de vino agachado junto a un cubeto, como si no me oyera.

¡¿Qué, viene ese morapio, Sebito?!

Yo volví a insistir pero el arousano que nones, no sólo no contestaba, miraba hacia otro lado con cara de no soy de aquí ni hablo tu idioma.

El hombre puso tres vasos, los llenó y se dispuso a tomar asiento al lado del viejo.

¡Quieto parao!, gritó Valle de repente. Yo me asusté y Sebio lo miraba como si tuviera sobre su cabeza una tarántula y el manco la fuera a matar. Alcánzame la pipa y una bolsa de cordobán que hay detrás de esa caja de Centenario, añadió Valle señalando la estantería.

El gigante puso el chibuquí y la bolsita sobre la mesa.

¡Qué guapa! dije admirando la pipa y alargando la mano hacia ella.

¡Tchíiii, guarde esas zarpas pollo que esto es un objeto del culto y hay que reconsagrarlo antes de que lo toquen los legos y los vivos!, y se me adelantó cogiéndola en un movimiento rapidísimo impropio de su edad.
Pero don Ramón, le digo, ¿No le parece que ya hace tiempo que soy gallo y no pollo?.
¿Cuántos años tiene, galopín?.
Cincuenta y ocho pasaos.
Le saco ochenta y ocho y un cadáver, ¡es usted menos que un huevo!

Eusebio arrancó a reír y Valle tuvo que sacudirlo hasta hacerlo parar porque parecían temblar las paredes y el techo de la bodega., ¡qué bárbaro!. No me extraña, el pobre diablo era un verdadero monstruo, rozaba con la cabeza en el techo cuando se ponía de pie y tenía una boca como una olla del 24.

Es como un niño, me dice como para disculpar a su criado. ¡No bebas más Sebito, te lo prohibo!

Pero si sólo bebí un vaso, don Ramón, protestó el otro.
¡Por eso mismo, con uno vas que chutas!
Pero...
¡Mero, he dicho, y no se hable más, carallo!.
Don Ramón..., empecé yo...
¡Usted atento a la misa y conteste cuando se le pregunte, rábula!, me cortó rápido mirándome como para coserme la boca.
No si yo...
¡Introito ab altere Dei!, me volvió a cortar él agarrando el chibuquí y alzándolo en el aire.
A Deus qui laetificat iuventutem meam, contestó inmediatamente el Usebio como un monaguillo aplicado.

Tenía toda la pinta de una escena ensayada o quizá repetida muchas veces. A mí me entraron también las ganas de reír y acabamos los tres a carcajada limpia. Valle tuvo que parar de nuevo al Sebito porque de la vibración cayó un garrafón vacío de un estante. ¡Y no habíamos empezado a fumar todavía!

Con zuequiños de madeira.

Llenamos los vasos y bebimos, pero se mantuvo en sus trece y no le permitió hacerlo al gigante. Sebito, el pobre, miraba como un escolar al que pillaron copiando.

¡Vamos a ver este material del Narizotas!, dijo el manco muy animado abriendo la pequeña bolsa de cuero.

El chibuquí reposaba sobre la mesa frente a él y era verdaderamente una pieza preciosa. Un tubo como de un centímetro de diámetro o poco más y metro y medio de largo, de una madera oscura casi negra, con una boquilla, varios aros dorados e incrustaciones de marfil o nácar a lo largo y una pequeña cazoleta al final.
Como si me oyera salta Valle mirándome, ¡Esto es una joya, no me engañó el turco de Atenas!, y le brillaban los ojillos detrás de los lentes como a un niño que estuviera pensando en una diablura.

El haschís del Narizotas, el legionario gemelo de Fernando VII que le pasaba el costo y el coñac a don Ramón, olía ya antes de encenderlo nada más que el de Vilanova lo sacó del talego.

Con una sola mano se las apañó para cebar la pipa mientras lo observábamos. Sebio no le quitaba ojo y yo pensaba en el aspecto del genial galego, en Saturno y en Tejerina. Pero no pregunté, por supuesto. La barba blanca y descuidada parecía la de un pordiosero, se le veían lamparones en la ropa en los que no había reparado, pero tampoco podría decir que estaba más viejo, tenía la vitalidad de un sátiro inmortal, ¡y la boina de Baroja!

Alzó la vista y a mí me dio la impresión de que me había vuelto transparente y como si todas mis ideas estuvieran escritas de antemano y él las conociera.
Recordé la bronca con los rapaces de la queimada, en la Isla, que le faltaron al respeto y cómo rechazó el porro que le alargaba una guaja diciendo que él sólo fumaba en su chibuquí. Y también lo que me había contado Saturnino de que había fumado con los otros peines en Lo de Segis, el puticlub de Cambados. Era un mentiroso y un histrión impenitente el jodío.

¡Llena el jarro, Sebio, y usted, corneta, pase para acá!, cantó de golpe.

Eusebio volvió a la cuba y yo pasé al otro lado de la mesa y me senté junto al viejo. Había puesto un platillo metálico en el sucio suelo del bodegón donde apoyaba la cazoleta del chibuquí.

¡Hoy gozará usted la contemplación de las huríes más hermosas de Constantinopla!, dice con cara de entusiasmo.
¿Pero el marrón no es marroquí?, pregunté con total inocencia. Él me miró fijamente y me suelta, severo, ¿Pero no pasó usted por la legión?
¿Quién, yo ?
¡No, Millán Astray, cojona!, y añadió como una sentencia, Si el kifi es bueno, y éste lo es, no importa si viene del Monte Athos o del Gurugú, ¡pantuflo!. ¡La impronta de una buena fumada está en la bonanza del chibuquí!, y acercó la cazoleta para encenderla.
Seve lo hizo por él después de llenar los vasos de vino. Había arreado un buen trago al tinto a espaldas del manco y le brillaban también los ojillos. 

Valle pegó una profunda chupada y me alargó la pipa cerrando los ojos y echando un poco hacia atrás la cabeza. Le di un toque y enseguida me pareció una bomba. Parecía que no entrara el humo en los pulmones pero antes de despegar la boquilla de los labios ya sentí como si un vientecillo fresco me bajara por la espalda y el culo llegando a los talones.
Miré a Don Ramón para pasársela otra vez, pero seguía transpuesto con los ojos cerrados. Sebito me hizo el gesto de que se la pasara y yo, sin pensar más, así lo hice. Me notaba ya incluso muchos kilómetros más allá de Estambul.

Eusebio le dio una chupada al chibuquí que sonó como si alguien hubiera aspirado por una paja una piscina de una sola esnifada. Valle abrió los ojos asustado mirando a su criado mientras éste comenzaba a toser como diez paisanos. Don Ramón le daba palmadas en la espalda y le decía, ¡Que me pierdes, Sebio, por tu madre, que me pierdes, cálmate que se van a enterar hasta los guardias de Cambados!

Pero Sebito no lograba calmarse. El viejo zombi, siempre cargado de recursos, le dice entonces, ¡Usebio, escucha criatura, si te calmas te prometo que hablo con ese suegro tuyo memorioso, piensa en la tu Jaki!.
¡Mano de santo! Eusebio dejó de toser y enderezó el corpachón. Yo no sabía si me movía yo, si don Ramón, si la bodega o era que veía oscilar al gigante casi rozando el techo. Tanto oscilaba que cayó plano al suelo cuan largo era. Se levantó una nube de polvo y me llegó el sonido del trompazo más tarde como el retardado de un avión. Igual que si hubiera caído una pared.

Don Ramón me miraba airado responsabilizándome sin duda de aquella catástrofe, pero yo no estaba para florituras, miré al Sebio tumbado en el suelo y volví a sentir que oscilaba, pero esta vez era yo quien lo hacía. Caí encima de él y ahí se fundió la película, colegaris. Me parecía oír entre brumas una voz lejana que decía algo así como:

"Ay, Tejerina, Tejerina,
guárdate de la borrina"

Nina Simone.  I Put Spell On You



Boas noites y felices sueños.

Calpurnio Pisudo II.