sábado, 29 de septiembre de 2012

Ombres a Albons -3


Paret. Albons, juliol  2012.

La pared


A primera vista cualquiera podría pensar que aquella pared era uniforme, sin una fisura, poco menos que impenetrable. En la terraza de la casa, recibía el sol del este y del mediodía y conservaba el calor  toda la noche. Al atardecer nos arrimábamos a ella y se estaba tan agusto que algunos días cenábamos algo allí y veíamos pasar las estrellas hasta el amanecer, cuando aparecía Venus por el este y la charleta languidecía con la palidez un poco aterida de la luz del Lucero del Alba.

Entoncenes, curruca, nos íbamos a la cama, la aranesa y la mi morena ya adormecidas.

Una de esas madrugadas yo estaba también algo aéreo a costa del patxarana del navarrico y veía cómo Afrodita me guiñaba un ojo desde levante. Soy el único fumador del grupo y mientras los demás se levantaban camino de la piltra me lié el ultimo pito de la jornada. Lo encendí y me quedé enganchado como un pasmarote a la pared, en un agujerín que se veía ya casi en su unión con el suelo. Se diría que Afrodita estaba especialmente interesada en señalarme aquel agujero que iluminaba con su luz venérea.

El agujerín parecía agrandarse cuanto más lo miraba. Pensé en Alicia y en el Conejo.

¿Conejo? Al otro lado de la pared estaba nuestra habitación. Acerqué la oreja al agujero y oí perfectamente los sonidos apagados de la mi morena saliendo del cuarto de baño. Me separé un poco y vi sorprendido que por aquel butrón cabía con holgura el Conejo y tal vez Alicia misma. No veía el interior de la habitación, sólo las paredes del pasadizo, pero escuché el suspiro de la morena en el momento de acostarse y hasta el vuelo de la sábana con la que se tapó.

Acabé el cigarro y no sé lo que pasó después. Venus brillaba feliz en el centro del cielo y yo abrazaba a la morena en la cama, sí, pero no recuerdo haber salido por la puerta de la terraza.


Ramiro
 
 
Alicia cae por el pozo. Walt Disney.  Alice in Wonderland.  2010. 
 


Argolla. Albons, Empordá, juliol 2012.

La argolla


Ahora la argolla sujeta uno de los extremos del columpio, pero ¡qué no sujetaría esta rosquilla de hierro!, si ella nos lo pudiera contar. Pero puedo yo.

Nací a finales del siglo dieciocho, como soy muy vieja no recuerdo el año exacto. ¿1789?. No lo sé, puede ser, porque me suena mucho esa fecha.
Me hizo el herrero del pueblo, el Martinet. Entonces en casi todos los pueblos había fragua y el Martinet era de los mejores del Baix Empordà.

Yo estaba destinada, desde el fuego, el martillo y el yunque, a la pared exterior de una casa, pero la casualidad quiso que comenzara mi cometido en el interior, clavada a la viga de un cobertizo auxiliar donde la familia hacía todos los años la matanza del cerdo.

Yo sujeté durante mucho tiempo y cada año el peso muerto del gorrino familiar colgado al sereno. Además de corderos, cabritos y, en varias ocasiones, caballos, vacas, chotos, bueyes, y demás cuadrúpedos y rumiantes, sacrificados para el sustento de las proles y generaciones que crecieron aquí.
Soporté también la carga de un sinfín de alimentos y objetos cuando no cumplía mi labor principal, desde jamones, tocinos y lomos hasta guadañas, cribas y cestos. O un somier sujeto con un gancho que pesaba más que un gocho.

En la segunda mitad del diecinueve renovaron la casa y entonces me sacaron al exterior. Me colocaron junto a una argolla muy vieja a la que le quedaba ya poca vida, desgastadina por tres siglos de intemperies y tirones. De hecho sólo duró cincuenta años más.
Mientras vivió casi todo el mundo ataba el burro en ella porque estaba más cerca de la puerta de la casa y también porque después de los años ya todo el mundo la conocía y la quería. Tenía ese tacto suave de las arrugas de las abuelas, pero más pulido, no sé...

En su lugar pusieron a una argolla advenediza que habían hecho en el Alt Empordà porque Martinet, el nieto del que me hizo a mí, había muerto sin descendencia y la herrería cerró.
Me dejaron donde estaba, en un discreto segundo plano, sin mucho trabajo. Sólo algunos pollinos y acémilas que se me fueron haciendo adictos y forzaban a los dueños a que los amarraran conmigo.
La nueva compañera vivió poco, era floja y mal templada y, terciado el veinte, empezaron a escasear las caballerías y ya no la sustituyeron.
 
El trompetista y el burro.
 

Allí quedé yo, sola, un poco a desmano y recibiendo cada día menos visitas. Aún así todavía vi pasar por el agujero metros y metros de ramalillos, sogas y hasta cadenas, a cuyo extremo se aburría un equino por lo general, rucio, mula o penco.
Ocasionalmente ataban también otros animales, vacas, ovejas. Y al cerdo unos momentos antes de sacrificarlo en el exterior sobre el banco. Esos cortos minutos se me hacían eternos, porque notaba los tirones del animal queriendo huir, absolutamente convencido el pobre guarro de que en aquel amanecer helado estaba ante los últimos instantes de su vida.

Pero no quiero entristeceros. Hubo de todo. Las niñas me ataban un extremo de la comba y eso me colmaba.
Una solterona un poco trastornada que vivió en la casa a principios del veinte, castigaba en  la calle a las gallinas que no ponían, atadas a la argolla, a pan duro y agua. El hermano, también soltero, aficionado a las canoras y a las aves en general, que tenía canarios, se apiadaba de las gallinas exiliadas y salía a palparles el culo a ver si aparecía el huevo y de paso a reconfontarlas. Era un bendito.

En fin, niñas y niños, ¡un mundo ha pasado por esta humilde argolla!

Y ahora, en pleno siglo veintiuno, cuando me llega la hora del retiro, estoy entretenida y acompañada como nunca antes. En lugar de ponerme en la pared de la calle como un objeto decorativo rústico que no sirve para nada, estas buenas personas me han dado un nuevo destino en el interior de la vivienda, agradable donde los haya: sujetar un balancín. A veces una hamaca. Bueno, el dueño de la casa ata también el cuatrolatas, pero sólo cuando sopla tramontana.
 
Ramiro
 
La burra de Txondonea reclama el pan en Gamioa.
 
 

Porta. Albons, Girona, juliol 2012

La puerta
(Buenaventura de la gitana)


Que la casa
del amigo
siempre la encuentres
abierta
 
que le comas
los tomates
y  melones 
de su huerta
 
y que te den
por malaje
en la nariz
con la puerta 
 
Era perdiz
y perdió un ojo
ahora es la tuerta
 
 
(De  Letrillas escangallás)
 
 
Ramiro Rodríguez Prada
 
 
Guitarra, Melchor de Marchena. Voz, Antonio Mairena - Por los siete dolores (Siguirillas).
 
 
 
Salud!