sábado, 15 de diciembre de 2012

Sombras de Albons -2


¿Robert Crumb  o  Juan Calonje?
Albons, julio 2012. 
 
Himalayas


Era un viernes por la tarde, teníamos un fin de semana largo, cogimos el tequi, la tienda y los sacos de dormir y, con otras dos parejas, nos fuimos a pasarlo en el campo.
Como todo fue preparado algo precipitadamente, no llevábamos comida, pensábamos comprarla por el camino, quizá en uno de los últimos pueblos, antes de dejar el coche y enfilar el sendero que nos subía al monte.
Serían dos días largos de total aislamiento y no nos apetecía desandar el camino a diario para bajar a comer en alguna aldea del valle que, en este lugar concreto, quedaban algo lejos.

No éramos grandes excursionistas ni mucho menos montañeros, preferíamos quedarnos en las proximidades de algún núcleo habitado, y si disponía de un buen fogón, aunque sólo fuera mediano, mejor que mejor.
Muchas de nuestras salidas tenían en cuenta ese detalle, de manera que pudiéramos comer bien sin el esfuerzo de comprar, llevar y hacer la comida, con todos los utensilios correspondientes, una lata. Al fin y al cabo los paisajes eran siempre hermosos, en el ir y venir abríamos el apertito y hacíamos pierna, ¡qué más pedir!.

Hicimos la compra en el último lugar habitado, uno de esos bares-tienda que menudean por el país. Pensábamos que el colmado estaría más surtido, pero nos engañó la memoria, porque de comer no había mucho, y más que ultramarinos o alimentación, era ferretería y droguería, en un desorden monumental.
Casi acabamos con la reserva de conservas de la tiendina. La dejamos sin chicharros en escabeche, sin sardinas en aceite y sin calamares en su tinta. Y arramplamos con todos los chorizos y salchichones que colgaban en la sección charcutería, es un decir, que tampoco eran muchos.

El jamón que tenían empezado detrás del mostrador del bar, no nos lo quisieron vender. Pero dijeron que al día siguiente recibían un pedido y, si bajábamos, nos reservaban uno. Reusamos el ofrecimiento, estábamos decididos a no volver al valle en 48 horas, por lo menos. Nos vendieron también hogaza y media de pan, de las más grandes, seis litros de leche y un kilo de queso, que era lo que les quedaba.

Deberíamos de haber cenado antes de salir, unos huevos con chorizo, jamón y patatas fritas, que era lo que tenían, porque a ninguno nos pareció, la que llevábamos, suficiente comida para dos días y seis personas como nosotros.
Pero estábamos ansiosos por plantar las tiendas en aquel lugar idílico que todos conocíamos ya. Llevábamos más de dos meses sin hacer una salida y la ciudad es muy estresante.

Creo que ha quedado suficientemente claro que se trataba de un grupo de buenos comedores, más que andadores. Llenamos las cantimploras de agua para el camino. En la campera donde montaríamos el campamento, había una fuente de agua fría y cristalina, por ese lado ningún problema.

Estábamos a poco más de dos horas de la campa, siempre hacia arriba, eso sí, pero con subidas largas, tendidas y cómodas. Sólo en la última parte, el sendero se volvía pindio, zigzagueando por la pendiente hasta alcanzar una zona llana de praderías, en la base y al abrigo ya de los picos pelados de la gran cordillera.
The Ramones.   Psycho Therapy.
 
 

Albons,  Girona, julio 2012

En la ascensión los fumadores, que éramos tres, nos fuimos quedando poco a poco atrás. El peso de las mochilas no era tampoco excesivo, pero cuando la pulmona dice que no, no hay tu tía. Llegamos media hora más tarde, pero llegamos.

Ya oscurecía, habían montado una tienda y trataban de encender un pequeño fuego. Todos estábamos hambrientos.
Esa primera noche, sentados en torno a la hoguera, cayó la primera hogaza acompañada por la mitad del salchichón, del queso y el chorizo, y media lata de chicharrillos en vinagre, pero de las grandes de dos kilos.
Llevábamos también un par de botellas de wisky y completamos, con una, la ración de calorías por aquella noche.

No hablamos del tema, pero todos sabíamos que habría que bajar al día siguiente si no queríamos quedar a dos velas muy pronto, incluso antes de la siguiente cena.

En el monte se come mucho, el aire y el ejercicio abren el apetito. En el desayuno acabamos con el pan y el queso que quedaba. Ya reconfortados, no planificamos bien los siguientes pasos.
Habíamos pensado hacer un pequeño recorrido conocido, que no nos debería de llevar más de tres horas. Calculábamos que para las 12 del mediodía estaríamos de vuelta en la campa, y entonces podíamos pensar en las provisiones.

No sé cómo nos entretuvimos, íbamos tranquilamente, desde luego, lo cierto es que no volvimos hasta las tres, ¡con un hambre que pa qué!

Devoramos lo que quedaba, que sólo nos parecieron unos pobres restos, sin pan. Media lata de escabeche de chicharro, calamares en su tinta templados a la brasa en sus propias latas, sardinas en aceite sobre rodajas de chorizo y/o salchichón, todo ello regado con la leche que había sobrado. Maridajes turbios de ocasión o conveniencia, Santas Hostias cuando hay gazufa y juventud.

Quitamos el hambre sólo por un rato. De hecho, mientras engullíamos hablábamos de cómo resolver el asunto.
Con dos que bajaran sería suficiente, esta vez no había que cargar con tiendas, sacos y demás impedimenta. Conscientes de que soy el más afogao de los seis, mis colegas se ofrecieron, yo quedaría arriba con las mujeres. Una hora para bajar y dos para subir, hacia las cinco podrían estar de regreso.

Pasaron las seis, las siete y las ocho, empezaba a oscurecer y los prendas sin aparecer. ¡Estábamos los cuatro con una jambre que no te cuento!.


Albons,  Girona, verano 2012

Por fin, cerca de las nueve, asomaron el pico por el borde de la campa, donde ocho ojos ansiosos estaban clavados ya desde hacía tres horas. ¡Virgen del Divino Ayuno!
Nos echamos sobre las provisiones como lobos sin preguntar por los motivos de la tardanza.

Enseguida nos enteramos. En nuestra ansiedad no habíamos reparado en las mochilas de los colegas, ¡venían medio vacías!.
El bar estaba cerrado, no sabían porqué. No llevaban las llaves del coche y tuvieron que bajar caminando a la siguiente aldea, que no está cerca.
Había otra tienda-bar, pero aún más desabastecida que la de ayer. Cogieron lo que pudieron y subieron.
Sólo pararon un poco a mitad de camino para comer algo de queso y pan, tenían tanta hambre como los demás, tal vez más.

Compartimos lo que había y nos trincamos la otra botella de escocés al amor del fuego. Habíamos dejado algo de leche, queso, y unas galletas de las que subieron, para asegurar por lo menos un mínimo tentempié en el desayuno.
Esa noche de sábado, cuando nos retiramos a las tiendas, cariacontecidos, creo que a todos nos rugían las tripas.

Nos quedaba un día completo, la noche del domingo y una mañana. Habíamos pensado marchar el lunes al medio día, que era festivo, para no coger toda la caravana de entrada a la ciudad.

No quiero alargar la historia porque lo fundamental está contado. Tuvimos que bajar otras dos veces, pero lo hicimos los seis juntos. Comimos como gochos en el primer bar, ¡y qué huevos! (expresión y realidad). Había vuelto a abrir. Cerró el primer día por un accidente del dueño, rompió un brazo y ahora lo llevaba escayolado.

La tercera y última vez que bajamos fue ya el lunes por la mañana, con todos los trastos, mucho antes de lo previsto, ¡teníamos un hambre canina!, y la sensación de que volvíamos del Karakorum...

Ramiro Rodríguez Prada
 
 
En vivo, producción de Javier Limón, en el XII Festival de Músiques Religioses de Girona. Anoushka Shankar.  Traveller. 
 
 
Salud