martes, 25 de diciembre de 2012

H Κρήτη, Creta -10. La excursión


¿Café desconocido?, de Brasil, pero con camellos.
De la libretina de Creta, 2003.

Buenos días. Esto se alarga, compañeros. ¿Y qué importa mientras tenga algo que contar? Empiezo así porque la entrada de hoy he tenido que dividirla en dos partes, me explico.
Se iba a titular El loco de Patsianós, y creo que es la historia más extraordinaria que me pasó en Creta, en Grecia, y probablemente de las más raras de mi vida. Aunque no supusiese ningún cambio sustancial en ella, ni tuviera consecuencia negativa alguna, lo digo para tranquilizaros hasta que le llegue el momento.

Si cuento este pequeño paseo de hoy que llamo excursión y la historia del loco, en un mismo capítulo, el escrito resultaría demasiado largo.
De paso aprovecho para subir algunas etiquetas de la libretina de Creta, ahora que ya me hice con las fotos que no tenía en los primeros capítulos. Usaré algo de los apuntes y trataré de ser breve.

La semana anterior habíamos ido en autobús a pasar un día a Jora Sfakión, la capital de la comarca, otro pueblo en realidad, algo mayor y el mejor puerto de esa costa, eso sí, con la intención de coger uno de los kaikes que cruzan hasta Gavdos y Gavdópula, las islinas que hay enfrente de Frankokástelo.
Nuestra costumbre de aventurarnos sin preguntar, nos costó esta vez el fiasco de no poder visitarlas, porque ese día sólo había un barco y ya había salido. Lo pasamos bien, no obstante, el pueblo está lleno de restaurantes y la costa es muy guapa, no nos aburrimos.

La última semana en Sfakiá, -primera de noviembre, creo-, se levantó un viento frío del norte, procedente de las Lefká Orí e hizo que se resfriasen todos los palikaris sfakiotas que conocíamos, ¡la gripi!.

El penúltimo día, ante la imposibilidad de bañarnos, ya que las playas habían quedado llenas de algas, aunque el aire había cedido un poco, decidimos subir hasta Patsianós, un pueblecito enfrente mismo de Frankokástelo, a dos o tres kilómetros en línea recta, emplazado en una primera terraza de las Montañas Blancas, en la desembocadura del desfiladero de Kalíkrates, el pueblo de nuestros carniceros y chigreros, los hermanos Yannakakis.

Ross Daly.   Η Κύρα του Κάστρου.  La Señora del Castillo.

Ilustración del papel de un  Foúrnos  de Jora Sfakión.
Kuluria, kruasán, jritsinia, psomí joriátiko  (pan de pueblo)
Sfakiá, Creta. 2003. 

Nikos, el dueño del Oasis, taberna playera, restaurante más que chiringuito por la calidad de su cocina, donde con más frecuencia comimos o cenamos, era también de Patsianós.
El pueblo se ve desde Frankokástelo, iluminado por el sol, a tiro de piedra. Como nos parecía tan a mano, nuestra intención era remontar un poco la garganta una vez que hubiéramos llegado a él, y bajar al mediodía a comer.

Pero ya las cosas se torcieron muy pronto. En lugar de ir por la carretera dando un pequeño rodeo, que hubiéramos tardado poco más de media hora, nos metimos por un camino muy ancho entre olivos, que parecía conducir directamente a Patsianós. Desde luego no teníamos prisa y preferíamos esa alternativa.
Todo fue bien hasta la mitad del trayecto, luego el buen camino se desviaba y en ese desvío cogimos un sendero que seguía la recta ruta que traíamos. Muy pronto el sendero comenzó a desaparecer por tramos, cortado por los pequeños barrancos que forma el desfiladero principal cuando se abre a la zona llana.

Veíamos ya Patsianós encima de nosotros, pero había que salvar un desnivel muy empinado de unos cien metros, rodeado de zanjas y torrenteras, terreno semipantanoso y mucha maleza. Con los guajes aún pequeños, tardamos una vida en subir aquello y salimos a las afueras del pueblo, por el mismo lugar por donde hubiéramos entrado en él viniendo por la carretera como personas civilizadas, pero  echando tres horas en un trayecto que nunca debería haber pasado de una.

El lugar más inopinado y sin importancia, puede ser el escenario de la aventura más fabulosa.

El pueblo, pindio y escalonado sobre las rocas, parecía vacío, no debimos ver más de seis personas en el tiempo que estuvimos paseando por él y, por supuesto, ni un solo turista. La capilla encalada, minúscula, de la aldea, estaba abierta y fresca. Allí atechamos un  buen rato.
Era ya mediodía, cesó por completo el aire, había empezado a calentar el sol y estábamos sedientos y cansados. A la salida del pueblo vimos el letrero de un bar en una alta terraza sobre la carretera. Subimos.
Γ. Μανωλιούδης.   Aν είσαι άνεμος.   Si eres viento.


El nombre de Creta en árabe

Había un sfakiota más o menos de mi edad bebiendo una cerveza, sentado en una silla junto a una mesa pegada a la pared del bar, en la zona más alejada de la barandilla que daba a la carretera. La terraza, de unos 30 metros cuadrados, estaba rodeada por esta baranda en los tres lados externos que la enmarcaban.
Era una maravilla aquel balcón sobre el Mar de Libia, daba la sensación de que si tirabas una piedra caería en el agua.

Inmediatamente entablamos conversación con el sfakiota. Vestido de negro de pies a cabeza, con unas botas potentes de montañero y no las stivania cretenses típicas, de pequeña estatura pero macizo y cuadrado como una roca, tenía también una gripi de órdago y no paraba de estornudar, con una nariz importante y muy enrojecida sobre la espesa barba negra.

Aunque de pocas palabras, como la mayoría de los sfakiotas, también despertamos su interés y no se cortó de preguntar los detalles de porqué hablábamos griego y habíamos ido a para allí.
Una mujer que, por la edad, debía ser la madre, de luto riguroso, cómo no, nos sirvió una cerveza con dos vasos y unas limonadas a los niños. Entraba y salía cada poco de la cocina del bar, donde parecía estar atendiendo el pote de la comida y de paso cambiaba la cerveza del hijo. Ya sabéis que son de medio litro, pero las ventilaba en un ay!

Iría el sfakiota por la cuarta botella, mientras nosotros bebíamos la primera, el calor no era tampoco  excesivo, ya habíamos desistido de subir a Kalícratis. Allí se estaba como en una nube. Llevaríamos una media hora de conversación y pasmo ante aquel espectáculo, con Gavdos y Gavdópula, como dos mariposas posadas sobre el mar que se pudieran rescatar levantándolas con la mano, cuando vimos acercarse por la carretera a un hombrecillo que no apartaba la vista de la terraza.

Ahí empezó esa otra historia dentro de la excursión, cuya entidad me obliga a dedicarle un capítulo completo. Y será el próximo sobre Creta. Hasta entóncenes.

Stamatis Kraounakis, letra y música. Zanos Mikroútsikos, piano.
Rita Antonopoulou.  Αυτή η νύχτα μένει.  Esta noche se queda. 

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