miércoles, 26 de diciembre de 2012

H Κρήτη, Creta -11. El loco de Patzianós


Creta 2003
Acuarela y témpera. Espátula.
Ramiro Rodríguez Prada

Πού είναι τα παλικάρια?
(Pú íne ta palikaria?)
¿Dónde están los valientes? 

Así que, algo fatigados por la corta pero empinada cuesta final del paseo, después de dar unas vueltas por Patzianós, entramos en un bar a beber algo, el sol estaba ya enmedio del cielo y queríamos refrescar y descansar un poco antes de iniciar la subida a Kalíkrates por el desfiladero del mismo nombre, que muere aquí.

Pero estábamos tan agusto en la terraza de aquel bar, que enseguida decidimos pasar de subir, no habíamos visto tampoco ningún sitio donde comer, y subir para volver a Frankokástelo hubiera sido una empresa excesiva que nos hubiera llevado demasiado tiempo, así que pensamos tomarnos una cerveza e ir bajando luego poco a poco hacia casa por la Ruta E-4, un camino de la red europea de senderismo que cruza Creta y el pueblo, arrimado a las Lefká Orí, y que gira hacia Frankokástelo y el mar poco después de la salida del pueblo.

En el Odeón de Herodes Ático (Ηρώδειο).
 Ψαραντώνης,   Η μια μεριά του Φαραγγιού. Un lado de la garganta.

A la media hora de contemplación de aquel maravilloso paisaje, la recortada costa de Sfakiá y las Montañas Blancas precipitándose en el Mar de Libia, de un azul escandaloso, las islas posadas, como flotando en aquella inmensidad, vimos venir por el camino a un paisanín que miraba con interés hacia la terraza, construida unos dos metros sobre el nivel de la carretera, donde se paró y saludó diciendo buenos días.  
El palikari sfakiota, sentado al lado, nos hizo un gesto con la mano, como indicando que no hiciéramos caso y no le contestó. Pero nosotros ya habíamos respondido al saludo. El paisano empezó entonces a hablar más alto, no entendía todo lo que decía, pero creo que daba la bienvenida a los extranjeros, a nosotros.
Desde que lo vi llegar me pareció un enfermo mental, físicamente estaba bien cuidado, de mediana complexión, limpio, con unas zapatillas deportivas blancas y azules que no le pegaban nada.
Pero era la postura que adoptaba cuando se acercaba por el camino, y varias veces a lo largo de los quince o veinte minutos que estuvo allí hablando. Agachaba la cabeza y los hombros encogiéndose, como avergonzado, abrazando una botella de agua de plástico de medio litro, mediada, que traía bajo el brazo, mientras hacía cortos recorridos, tres metros de ida y otros tres de vuelta al mismo punto. Durante un minuto repetía esa carrerina media docena de veces, en silencio y con cara de desconfianza o miedo, y lo hacía como una pausa entre cada fase de su melopea.     

Quiero ceñirme un poco al guión que escribí en la libretina de Creta, por tratar de fabular lo menos posible y contar lo que creo que pasó. Si digo esto es porque roza lo increíble y desde luego, en la interpretación de los hechos, no cuento con el visto bueno de la mi morena ni de mis hijos, siempre escépticos y científicos ellos, harán bien. De hecho se ríen.

Ioannis, que así se llamaba el hombrín, alzó la voz desde la carretera para seguir el discurso que  había iniciado. El sfakiotis, imperturbable, salvo por la tos de la gripi y el tabaco, puesto que tampoco dejó de fumar todo el tiempo, volvió a levantar la mano pidiéndonos calma, mientras su madre salía del bar a la terraza con otra botella de cerveza fría en la mano, la quinta que le ponía al hijo en poco más de media hora, antes de que él las pidiera.
El hombrín, con un tono más poderoso, parecía interpelar ahora a sus vecinos y no a nosotros. La mujer, mayor, tal vez viuda, ropa negra de pies a cabeza como el hijo, se había quedado al lado de éste y escuchaba también la perorata del loco. Le dijo algo y Ioannis levantó aún más la voz, dirigiéndose a ella directamente con aire de reproche subido.

¡Vete, Ioanni, déjanos en paz!, gruñó el barbudo sfakiota.

Cada vez que lo interrumpían, cesaba el discurso y replicaba con energía, cambiando el tono y el volumen. Esos cambios, más que el significado, ya que sólo entendía palabras y frases sueltas, fueron los que me hicieron prestar atención finalmente.

El palikari decía, mirándome,  Den virasi, íne trelós, No te preocupes, está loco. Pero creo que los preocupados eran ellos, más porque nosotros pudiéramos entenderlo, que por lo que dijera el pobre diablo. Porque lo que yo comprendía de la bronca era que Ioannis le estaba llamando borracho al palikari y alcahueta a la vieja.
¡Anda, Yani, vete a llenar la botella de agua y no molestes a estos señores!, le animaba con sorna. Pero al fin fue ella la que tuvo que meterse en la cocina con su cazuela, porque el loco no pensaba marchar ni callarse.
Πού είναι τα παλικάρια?, ¿Dónde están los valientes?, gritaba. ¡Ya no hay valientes en Sfakiá!¡Borrachos!
¡No ves que son extranjeros y no te entienden!, le decía el esfakiota, jodido ya, tosiendo y rematando la cerveza. La madre regresaba con otra en la mano recogiendo la vacía.

Me pareció entender que también se metía con los turistas estúpidos que invadíamos Creta como rebaños.
Después de otra breve fase de cortos recorridos, recogido en sí mismo apretando la botella, continuó con la parte más solemne de su representación, como si recitara un texto de memoria. En el cuarto de hora que duraría todo, repitió dos o tres veces estos ciclos, que luego intentaré explicar  mejor.

La mi morena y el palicari, sentados en la parte interior de la terraza, junto a la puerta del bar, dejaron de prestarle atención, pero yo, que me sentaba más cerca de la barandilla exterior, estaba totalmente subyugado por aquello.
El hombre, al darse cuenta de que era el único que atendía, sin dejar de hablar, se fue acercando al borde de la terraza, hasta que sólo le veía la parte superior de la cabeza, incluídos los ojos. La morena y el sfakiota no lo podían ver, ni él a ellos.
Moduló la voz, pues, al único escuchante que tenía y la bajó para seguir con aquello que parecía declamación, sobre todo por el empaque, la sonoridad, el ritmo que imprimía a lo que decía.

Ψαραντώνης.   Μαλεβιζιωτις.

http://www.youtube.com/watch?v=rrAoXojV8xM&feature=related


Sfakiá y las Lefká Orí desde Frankokástelo
Creta 2003.
Ramiro Rodríguez Prada

Yo llevaba ya un rato en el que, consciente de que no podía entender todo lo que me estaba diciendo, me llegaba sin embargo un significado con claridad meridiana. Tan evidente como el de las escenas anteriores con sus vecinos. Y sin esfuerzo especial de mi parte por comprender.

Naturalmente, la explicación más fácil es pensar que llené las lagunas del sentido a mi gusto en una especie de autosugestión, y seguro que es lo correcto. Yo no lo veo tan claro, no obstante.
Es muy probable que sólo estuviera oyendo a un loco, como quien escucha a un borracho, o sea, perdiendo el tiempo con su diarrea mental. Eso sólo lo sabría, de conocer bien el idioma y, en consecuencia, qué dijo Ioannis en realidad.
Porque antes, cuando abroncaba al palikari llamándole borracho y éste nos decía que el hombre estaba loco, la razón parecía estar más de parte del último y no del oficialmente cuerdo.

Durante unos largos minutos el paisano, sin pestañear, me estuvo recordando con una solemnidad sobrecogedora, los trabajos y dificultades del camino de los héroes, los valientes, los hombres, de su soledad, de la necesidad de mantenerse en pie hasta el final.
Hablaba de la amargura del seguro fracaso, y la tristeza del olvido del sacrificio personal, por parte del mundo. Y, a pesar incluso de la inutilidad de cualquier conducta heroica, de la obligación ineludible de una entrega sin reservas.
Απο το δίσκο ''Σαν πυροβάτης''. Ζωντανή ηχογράφηση.
Μαζί του η Νίκη Ξυλούρη. Ψαραντώνης.  Να 'χεν η θάλασσα βουνά
.

¿Hasta qué punto no estaba yo reconstruyendo en mi imaginación el retrato de un Kapitán Mihalis a través de las palabras de aquel hombre? No lo sé. He tratado de ser legal contándolo. Pero lo sentía como si me lo estuviera diciendo el propio Homero, ni siquiera Kazantzákis.
Así escribí entonces: sus palabras tenían la resonancia del teatro antiguo, mansedumbre y confianza, pero también autoridad y decisión; la dulzura, el amor de un maestro desapasionado, aunque veraz y firme, que no engaña al neófito respecto a la realidad, y expresado con el ritmo de un verso largo, dramático.

Estaba tan maravillado que empecé a temblar un poco. El esfakiota debía de ir por la sexta cuando se levantó a mear, tosiendo, y ya no volvió, pero yo estaba más limpio en ese momento, que el agua de la botella de Ioannis. Ninguna sustancia que alterase mi normal percepción de las cosas, y abstinencia total de lo del Rif después de un mes de vacaciones, tan sólo con algún calentón espaciado de tsikudiá o vino. No podía estar alucinando.

Pagamos a la viuda y bajamos los escalones hasta la carretera, donde aún seguía, esperándonos, Ioannis.

Ése fue el único año que llevé barba a Grecia, porque era fuera del verano y allí, al contacto con tanto palikari barbado, parecía que hubiera crecido más de la cuenta.
Cuando llegué a la carretera, el pobre diablo volvió a su recorrido obsesivo y temeroso, se me acercó humillándose, como si quisiera besarme la mano. Pensé que quizá también fuera costumbre de los ortodoxos besar el anillo al pope, como antes aquí a los curas, y que me estaba tomando por uno de ellos.
Μανώλης Κονταρός.   Μαντινάδες.

Le estreché la mano, le hice erguirse y le apreté el hombro con cariño. Ioannis sonreía satisfecho, puro nervio. Le ofrecí tabaco y cogía con timidez un cigarrillo, saqué otros dos y los agradeció, guardando los tres con mimo en la palma de una mano.  En el sobaco izquierdo seguía sujetando la botella de agua.
Entonces volvió a su papel de orador político, cambiando el tono y la postura física, abandonando al loco en su fase religiosa, mítica, como la califiqué más tarde repensando todo ello.

Nos acompañó un pequeño trecho hasta la salida del pueblo y allí nos despidió deseándonos suerte a todos, otra vez como Sócrates al entrada del Ágora, pero con humor y alegría: A la yineka, que lleva pantalones cortos y tiene unas piernas morenas bien guapas, decía mirando a las jambas de mi colega, ¡qué jodío Ioannis!, a ta pedakia, que son moreninos como los cretenses y tienen luces en los ojos -antes había preguntado por sus nombres y con el pequeño parecía hacer buenas migas-.

Yo iba cabizbajo y avergonzado, emocionado y todavía un pelín tembloroso, no me lo podía creer. No me atrevía ni a mirar atrás. Así nos fuimos de Patzianós.

A última hora también abandonamos el sendero E-4 para meternos a derechas por entre los olivos, estábamos hambrientos, y ¡nos volvimos a perder! Llegamos a Frankokástelo a la hora de la merienda.
Ο κόσμος είναι ένα μαντήλι, no sé si también lo dicen los griegos. El mundo será un pañuelo pero algunos pañuelos pueden llegar a ser un mundo.

Γ. Μανωλιούδης.   Εμενα δε μου φταιξανε.


El Oasis
Frankokástelo, Creta 2003
Ramiro Rodríguez Prada

Hasta aquí lo que podría llamar el relato de los hechos. Han pasado nueve años y todavía sigo dándole vueltas, aunque es la primera vez que lo escribo completo. Cuando llegamos a casa aquel día, hice los apuntes en el cuaderno de los que me he servido hoy, y analicé un poco el comportamiento de Ioannis en un contexto más ensayístico que literario.

No soy psicólogo ni psiquiatra, y mi acercamiento al tema es el mismo que el de un aficionado. He pensado, no obstante, escribir un segundo capítulo con esas reflexiones, porque en ellas están mejor descritas y deslindadas esas fases y esas personalidades que el loco escenificó, y a las que me he venido refiriendo aquí.
Y pensar que quería ventilar la excursión a Patzianós y esta historia en una sola entrada, ¡estoy majareta!. El próximo capítulo será el mes que viene, espero, si los problemas actuales con el blog alcanzaron solución. Será el duodécimo sobre Creta, ella sola ocupa ahora casi la mitad de esta etiqueta de Archipiélagos, lo he dicho, ¡inacabable, inabarcable, H Κρήτη!. Nos vamos acercando al final, pero no lo tiene Creta.   

Ramiro Rodríguez Prada 

Pese a que la grabación se corta, bien lo siento, no me resisto a subirla porque en ella se puede ver el escenario habitual donde nacen y se cantan las Kontiliés, mis mantinadas preferidas, letrillas improvisadas en las que participa quien sabe y quiere, y donde hace coro todo el mundo. Y Aerakis es otro monstruo que bien merecería su capítulo en Música cretense.

Aerakis Nikiforos.   Kontylies (partε 1)

http://www.youtube.com/watch?v=rMsCHo1FFag&feature=related

Me despido ya con Psarandonis, de nuevo mandando en el escenario. Los de Anoyia siguen siendo mayoría aquí. En la primera versión de este tema le acompañaba su hija Niki, aquí además Ayelakas, del grupo Tripes.
Ψαραντώνης,  Αγγελάκας (Ηρώδειο). Otra versión, en vivo, de  Να'χεν η θάλασσα βουνά. 

Υγεία, Salud! 

ramiro