miércoles, 20 de febrero de 2013

Trepadores


Huellas de  trepadora
Albons, Girona,  julio 2012

El Trepa


Aunque era escurrido de carnes y lucía aspecto de bembón indolente, siempre le gustaron las alturas, trepaba al pecho de su madre apartando a sus hermanos a patadas y puñetazos, pisando caretos sin contemplaciones, o lo que hubiera que pisar con tal de llegar al mejor pezón. Eran trillizos y su madre sólo tenía dos tetas.

Ambicioso, esguilando, esguilando se llega lejos, lo aprendió ya muy pronto, mientras gateaba hacia el objeto del placer con un derroche de baba inusitado para su edad.
Pero su progreso reptante estaba marcado por la ansiedad, no disfrutaba con la meta alcanzada, siempre hay una cima más alta, un teto más allá de tus narices... . Hay, pues, que erguirse y mirar al Mulhacén de tú a tú, por muy veleta que se sea. Y más allá al Mont Blanc.

Se apuntó a la OJE, por la gulisma del montañismo, y porque le atraían las cornetas y tambores, pero carecía de oído y de sentido del ritmo, así que abandonó pronto la música y se fue con ella a otra parte. Además los guajes desfilaban en formación cuasi militar sin posiblilidad de ascensos, él no tenía fuelle bastante con la trompeta y para no ser primer bombo...

Flecha a los seis, arquero a los once, a los trece, antes de alcanzar el grado de cadete se salió porque sólo hacían fueguitos de campamento, andaban por lo llano y el guía tenía sus preferidos, entre los que no figuraba él, que seguía con su pinta de fregao, muy poco atractiva.
Y la verdad es que engarriar engarriar, lo que se dice engarriar, la técnica depurada tampoco es que acabara de dominarla del todo, y el ejercicio fatigaba mucho, incluso el arrastrarse, que era por entonces su práctica habitual.

No era un Spiderman, vamos, ni siquiera un arácnido al uso, aunque sus muchas patas sí tenía. Se parecía más al ciempiés, a un miriápodo, pero por lo bien que se agarraba al terreno. De momento se le daba mejor fijarse a un tutor que escalarlo, hablando hortelano.
Tratando de mejorar su técnica, cambió el lema de la organización, Vale quien sirve, por el  Sube quien trepa, y la dejó, ya digo, a la caza de nuevas cimas, más productivas y menos esforzadas.

Tuvo un amago de hacerse bombero, por lo de las escaleras, pero una vez que los vio en acción se le quitaron las ganas: subir sí, pero sin riesgo de chamuscar el culo. Sin embargo ya se quedó fijado por siempre al maldito escalón, dirección subida, claro está.
Como sufría vértigo en los aviones, descartó también la profesión de azafato o piloto, además él hubiera apuntado más alto, astronauta como mínimo.

Sacó la carrera de San Jerónimo con buenas notas, visitando despachos y sobando gibas a troche y moche, en la facultad le llamaban el chupachepas.
A esas alturas sus ansias de excelencia trepadora lo ahogaban. Se metió en la rondalla universitaria porque envidiaba al de la pandereta, que atraía todas las miradas del público.
Al final consiguió el puesto después de un sinfín de insidias, dobles barajas y puñaladas traperas. Pero era un pato bailando y se caía dando la zapateta, así que los mismos tunos lo botaron. Definitivamente la música no era lo suyo.

Con enchufes y masajes inconfesables, consiguió un curro en FP. Frenesí Pelotillero. Se convirtió en la mona del jefe, y al mismo tiempo interpretaba el coro de los grillos. Sin mérito alguno, salvo para poner zancadillas y hundir a los trabajadores capaces que podían hacerle sombra, sólo afianzó los agarres, pero ¡qué angustia!, siempre expuesto a que alguien descubriera sus trampeos, sus cartas marcadas.
Compitiendo con otros trepas más mediocres que él, alcanzó altas cotas en la escala y en el escalafón de los Correveydiles y Trotagaitas.

Cuando le dieron su despachito junto al del jefe, se compró una caja de limpiabotas y le lustraba todo los días los zapatos antes del comienzo de la jornada laborolabial, por el babeo y lameteo continuo a salvas sean las partes.
Recibía jabonoso, saludando con su mano blanda de calamar, húmeda y fría, que daba grima coger, ya no digo estrechar porque nunca se me ocurriría tal cosa, ¡qué ascooooooooooo!!!...

Tenía rarezas que la compañía le permitía por su fidelidad a ultranza, o eso creían ellos. Contrató un pinche fijo, muy fornido, que hacía también de recadista para la dirección. Se le encaramaba al llombu, al lomo, y le hacia subir por una escalera de mano cargando con él hasta el último peldaño. Sólo le faltaba sacar la pirula y echar desde allí una meadina a los de abajo, ¡la madre que lo parió!.

Fichó no obstante por la competencia engañando a su empresa, menos poderosa, y llevándose con él la cartera de clientes y el pinche de los bíceps. Carrera meteórica hacia las alturas, pensó. Pero sólo alcanzó la categoría de jefe de negociado, sección Lameculos o Mamacallos, no recuerdo bien.
Compensó el chasco arrimándose a otra trepadora de parecida calaña, con más patas que las de gallo de Gunilla von Bismarck.
Parásitos con raíces aéreas que se adhieren a la alta velocidad o al puente aéreo, lianas que se enroscan, tallos que se aferran veloces cual pulpos a cualquier superficie por pulida que sea.
Mañas de hiedras y lapas, pilla, trucos de mejillón, mama, encaje de bolillos falsos, borda, cartas marcadas, miente, muertos recalcitrantes por doquier, chupa, traiciones, roba, citas en el infierno...

Mas, para qué seguir, de pronto al Trepa se le cortó el subidón, o le troncharon el flús y cayó cuan alto estaba y largo era.
Lo metieron en un nicho de la fila cimera, en unos bloques de siete pisos de altura, los más altos del cementerio, con vistas a un socavón gigantesco que había dejado una cantera abandonada, próxima al camposanto.

Lonicera Periclimenum,  Madreselva.

Robert Fripp.  Breathless.  Jadeante.

http://www.youtube.com/watch?v=v4uN-msPTgE

Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio

Ángel González. Elegido por aclamación.


Salud!

ra