lunes, 29 de abril de 2013

La máquina de picar


La picadora con el tubo de embutir, al fondo la báscula.

La máquina de picar

No podría alcanzar a uno de los dueños del banco que me amenazaba con el desahucio por el impago de unas pocas cuotas, tampoco a los políticos responsables de unas leyes criminales, todos bien protegidos por sus escoltas y sus mansiones fortaleza. Pero sí al empresario ladrón que nos había dejado sin trabajo, millonario a costa de despojar a sus empleados, que paseaba por la ciudad con la impunidad y la chulería de un felino entre ratones. Era un típico cacique provinciano, ahora con maneras mafiosas, que había tocado todos los resortes del poder, sin olvidar el de la política regional, donde mangoneaba a su antojo, sin casarse con nadie pero siempre a beneficio propio. Había conseguido salir airoso de todos los chanchullos y corruptelas en los que había participado, no como actor secundario, sino como protagonista y malo de la película. Vivía en una casona espectacular, muy aparatosa, con cámaras en todas las esquinas, pero dos días a la semana llegaba de madrugada en taxi, solo. Volvía siempre muy cargado del piso de su amante y se apeaba doscientos metros antes de la entrada de su casa. En ese tramo lo abordé y le hice entrar en el asiento delantero de la furgoneta, encañonándolo con un revólver de plástico, de un disfraz del Zorro mejicano que había por casa. Con la oscuridad y el pedo que llevaba el amigo, ni se enteró. Desde el trasero le apliqué la eléctrica al cuello. Lo llevé a una nave abandonada que había pertenecido al capo y lo sangré como mejor supe, metiéndole el cuchillo entre las costillas. Para que evacuara lo más posible le corté también la yugular. Esta parte era la que más temía, el despiece. Las tripas olían horriblemente a podrido. Las metí con la cabeza y los huesos, después de haber rebañado bien la carne y reservado algunos trozos pequeños de costillas y vértebras, en un saco que enterré muy lejos de allí cuando terminó todo.

El interior ya sin restos

Me llevó un día entero el proceso, también tuve que picar la carne y preparar el picadillo. La puse en una artesa con el condimento requerido, sal, pimentón, orégano, ajo, pimienta, a tanto por kilo de carne, según las reglas que había aprendido de mi madre sobre la matanza. Con los pequeños trozos del carrastiello y las costillas, con restos de carne pegada al hueso, la lengua, las orejas y el morro preparé dos buenos botillos. Lo hice como dios manda, vamos, pesándolo todo en una báscula que me había agenciado. Dormí en la furgona aquella noche mientras el mondongo reposaba e iba tomando el condimento. A la mañana siguiente embutí con la misma máquina, metí los chorizos en la artesa y cargué todo en el vehículo, la máquina, la báscula, los chorizos y botillos, sin olvidar el saco con los restos óseos del interfecto. No he podido evitar el desahucio y ahora vivo de okupa en otra ciudad, aún no encontraron al empresario desaparecido. Yo conseguí curar los chorizos en apenas dos meses, antes de que me lanzaran a la calle, fue un invierno muy crudo y las heladas vienen bien para su curación. Se los he estado enviando de regalo a algunos banqueros y políticos inaccesibles para mí de otro modo, a quienes considero principales responsables de mi situación y la de tantos otros honrados trabajadores a quienes se ha engañado y estafado. Los hago pasar por ibéricos porque la verdad es que tienen un aspecto estupendo, tal vez demasiado magros incluso, con poca grasa, más parecidos en realidad al buen embutido leonés. No sé si los recibieron y los comieron, pero ninguno los devolvió. Ya me quedan muy pocos, y sólo un botillo, estoy pasando por momentos muy duros..., cuando el hambre aprieta la tentación es muy fuerte.

Ramiro Rodríguez Prada

Big Bad Daddy.  Mr. Prinstripe Suit.

http://www.youtube.com/watch?v=GtI_uaBPQFY

Salud y buen apetito