sábado, 11 de mayo de 2013

51


Junto al  Salón de Morales.
Otoño   2011.


Salí a tirar la basura



una tarde que pasaba en casa de unos amigos. Uno de ellos no quería dejarme ir solo, no porque temiera que me fuera a perder o me pudiera pasar algo desagradable, sino porque pensaba con criterio, puesto que me conoce bien, que tal vez no volviera a la hora de la cena y ni tan siquiera para el desayuno. Tras un corto tira y afloja acepté que me acompañara. A decir verdad, la tarde era guapísima y un paseo en su compañía en amena conversación, resultaba más tentador que enfrascarme en mis pensamientos o en la pura contemplación de los oros otoñales. Sin embargo caminábamos en silencio, enmudecidos desde que habíamos salido de casa ante la preciosa luz del ocaso, con el sol acercándose ya al horizonte. El punto limpio que buscábamos está en la esquina más discreta de una pradería a la vera del río. Las hojas de los álamos, olmos, alisos y sauces tapizan de mil colores calientes el frío verde de la hierba. Se diría un mar dorado cuando los rayos tendidos del sol alcanzan ese tapiz, las hojas caídas parecen temblar, independizadas de su forma, puro color, como pequeñas olas de oro. Llegamos en ese instante y quedamos los dos transidos, salomónicos y decentes, como diría Vallejo. Posamos las bolsas allí mismo, antes de llegar a los contenedores, y nos sentamos sin decir palabra. Todavía no habíamos abierto la boca desde el tira y afloja de casa. Se puso el sol, se hizo de noche y pasó el tiempo. Vinieron a buscarnos a la hora de la cena. Nos pusimos en pie algo entumecidos y volvimos a casa aún conmocionados. A la mañana siguiente la alguacila le trajo a mi colega una multa del Ayuntamiento por abandono de basura en parque público.


Velvet Underground.   Femme fatale.




Salud y felices pesadillas


ra