viernes, 5 de julio de 2013

Aeropuerto -3


El techo de la  T-4.  Barajas.
 Madrid,  2011.

M u l a


Cuando despertó, a los veinte, ya estaba atrapada con tres hijos, cada uno de un padre distinto. Su última pareja se había fugado con su hermana pequeña, ¡la muy!.., mocosa, no tenía ni dieciséis años. Ella estaba de nueve meses, a punto de parir. No volvió a ver a ninguno de los donjuanes. Había criado también a sus propios hermanos, incluida a la traidora,  porque su madre, con una obesidad monstruosa, apenas dejaba el sillón donde pasaba día y noche.

Esta vez no tenía miedo, iba de lanzadera. Había hecho ya seis viajes transportando en su estómago ochenta o noventa pilas de cocaína, un kilo más o menos en cada ocasión. Hoy llevaba medio kilo en un doble fondo de su bolso. Ni siquiera tuvo que pasarlo por el control de policía del aeropuerto de su país, alguien le hizo el cambio en la sala de embarque.

Necesitaba el dinero y le dijeron que ya estaba quemada, por eso aceptó el trato. La pillarían con la cocaína en el aeropuerto de destino, sólo era el cebo de un pase más importante. Habría un chivatazo y la estarían esperando.

No sabía quién era, pero en su avión viajaba alguien con diez kilos en el equipaje de mano.

A pesar de haber considerado ya con detenimiento aquel paso que estaba dando, y comprendido que no tenía otra salida, el corazón le golpeaba en el pecho con una violencia inaudita cuando embocó el túnel del avión a la terminal. Se detuvo unos segundos pensativa y triste. Sólo serían dos años, no tenía antecedentes y la cantidad no era excesiva, pero pensaba en la cárcel, que la asustaba un poco, y en sus hijos. Con los 5000 dólares que le habían pagado, y poco más, su familia viviría sin aprietos ese tiempo. Entre su madre y su otra hermana esperaba que se arreglaran con los niños. Cogió el bolso con decisión, su pequeña maleta, y se puso a caminar entre la gente.

A la salida del pasaje había un policía frente a cada puerta. Agachó la cabeza y como atraída por un magnetismo fatal se dirigió directamente hacia el que tenía más cerca. Al llegar a su altura vio cómo el hombre se tenía que apartar para dejarle paso. Se paró, alzó la cabeza y miró al policía a los ojos, él le devolvió la mirada y le hizo un gesto de saludo llevando la mano hasta la gorra imaginaria. Ella sonrió.

Le zumbaban los oídos. Como en un sueño siguió caminando, esperaba que de un momento a otro le pusieran una mano en el hombro, ¡Acompáñenos, por favor!.


Aeropuerto  Madrid-Barajas, 2011.

A unos veinte metros ya del control se volvió. Habían parado a un hombre con una mochila a la espalda y una pequeña maleta con ruedas. Lo recordaba de la fila al embarcar, había estudiado uno a uno a todos los pasajeros, ella también hubiera sospechado de aquel pelao, no escogieron bien a la mula.

Salió del aeropuerto con la sensación de que no llegaría más allá. Pero se subió a un taxi que la llevó a un hotel. Allí hizo una llamada. No la habían detenido, ¿qué hacía con la coca?. Le dieron un teléfono y se citó con dos tipos en el hall de otro hotel. Recogieron la mercancía y desaparecieron.

¿Que ángel de la guarda la protegió? ¿Se olvidaron de dar el soplo? ¿El cholo al que pillaron no era quien llevaba el mogollón y había un tercero?. Nunca lo sabría.

A la semana regresó a su país aprovechando el billete que, de otro modo, se hubiera perdido. La hermana había escapado con el novio, llevándose la hucha con los dólares. Su madre estaba agobiada y los críos hambrientos y medio abandonados. Le entraron ganas de llorar pero sonrió resignada, estaba en casa, sana y salva.

Ramiro Rodríguez Prada

Grupo Exterminador.  Las dos monjas.


Salud