viernes, 30 de agosto de 2013

Reflejos Oviedo -2


Oviedo  2012.

Espejos -2


Ya estaba liada. Al momento llegó el compañero que, con mejores maneras y tratándome de usted, me invitó a entrar con ellos al vestíbulo.

Habían llamado a la policía, según dijeron, y me ofrecieron una silla para esperarla en una especie de pequeño cuerpo de guardia, con un escritorio frente al que se sentaba el que por edad debía ser el jefe de seguridad.
El hombre levantó la cabeza cuando entré, me dijo buenos días y siguió a lo suyo en el ordenador. El primer mastín que me habían envizcado estaba de pie a mi lado sin quitarme la vista de encima. De todas maneras no pensaba echar a correr y ese día no tenía mucha prisa.

Como no volvieron a preguntarme y tampoco tenía ganas de andar en explicaciones, no abrí la boca para decir porqué miraba dentro de las oficinas o, por ejemplo, que era un vecino del barrio, inofensivo y buen ciudadano, pagador de sus impuestos, que vivía unos cincuenta metros más allá en un portal de esa misma calle, o que había coincidido muchas veces en una cafetería que frecuentaban los seguratas, entre otros con el que yo tomé, sólo por los galones de la edad, por su jefe.

Me resultaba irrisorio y absurdo todo aquello, e irritante, por supuesto. ¡Vaya unos fisonomistas de los huevos para trabajar en seguridad!
Vuelvo a repetir que no tengo complejo de ser centro de atención de nada, pero tampoco pasa desapercibida una barba como la mía. Es increíble que en los veinte años que llevaba viviendo en el barrio no me reconociera nadie, como yo a su capataz, eso indica que algunos andan por el mundo como ceporros o auténticos zombis. Y muchos incluso van armados.

Estuve unos diez minutos sentado, cuando al fin llegó la policía. Me levanté al verlos franquear la puerta principal, la del cuerpo de guardia estaba abierta y veía entrar y salir a la gente del edificio, y pasar por los arcos detectores de metales.

Antes de que el primer policía llegara al despacho de los celadores vi a mi hombre. Salía de la zona de la redacción del periódico y eso, que saliera del periódico, algo que antes no había significado nada para mí, hizo que lo reconociera. Porque, además, se trataba de un viejo amigo que hacía años que no veía y del que había perdido la pista.
Luego me enteraría de que salía a comer el pincho de la mañana a un bar cercano y de que hacía un par de meses que trabajaba en el periódico y aquel sería su último destino, antes del retiro.

Lo llamé por su nombre desde la puerta del despachito y tardó en reconocerme a causa de mi barba.
Nos separamos siendo todavía jóvenes, unos imberbes y los dos habíamos envejecido, él lucía ahora una calva casi total, aunque me pareció bien conservado y con  su cara risueña que siempre transmitía dinamismo y buen humor.
Cuando se dio cuenta de quién era se acercó, ¡Coñooooo!..., y me dio un abrazo delante de todos. Es un paisanón y me enterró en el pecho.

Sólo entonces se percató de que estaba casi rodeado por los dos policías, el jefe de seguridad y el mastín. ¿Qué pasa?, dijo dirigiéndose al jefe.
¿Le conoce?, contestó señalándome.
¿A quién, a éste?, preguntó mi colega cogiéndome por el cuello en otro abrazo, ¡Desde niño!.


Llamaquique.  Oviedo  2012.

Después, comiendo unos pinchos y tomando unas cervezas en el bar nos reíamos los dos cuando le conté la movida.

Él había venido desde la capital a esta pequeña ciudad de provincias para trabajar de jefe de redacción del periódico, dejando un mejor destino en el grupo a cambio de instalarse para su jubilación en la tierra de su esposa. Se alegró de encontrarme porque no tenía amigos aquí y se sentía un poco desubicado. Quedé de salir todas las mañanas que me fuera posible a comerme el pincho con él en su media hora libre. Y ya tendríamos tiempo de reverdecer la antigua camaradería.

Toda la ridícula peripecia resultó ser una casualidad con buen final. Pero lo que no me pude explicar fue cómo vi yo su cara a través del cristal si, según me aseguró muy serio, su despacho estaba en el primer piso y no en la planta baja, por donde no había pasado más que un par de veces desde que se hizo cargo de la redacción, y desde luego no lo había hecho ni esa mañana, ni en toda la semana...


Ramiro Rodríguez Prada


Stephan Micus.  Dancing with the morning.



Salud.