lunes, 9 de septiembre de 2013

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Entre jubilados


Salí a tirar la basura.



La noche, sin luna, era muy oscura, tanto que sospeché que el Ayuntamiento había vuelto a reducir la iluminación nocturna, incluso que había un apagón general en toda la ciudad, apenas veía la acera del otro lado de la calle. Al llegar a la escalera que baja desde la finca, vi la silueta de un hombre sentado en el escalón inferior. Fue la brasa del cigarrillo lo que lo delató. Pensé inmediatamente en mi amigo, el vecino de un portal cercano que siempre saca a pasear al perro muy tarde. Antes de pasar a su lado dije Buenas noches. Era él, en efecto. Dejé las bolsas a un lado y me senté mientras cogía el pitillo que me pasaba. Le di unas caladas y le pregunté por el perro, llevaba la correa en la mano. Echó a correr nada más soltarlo, iba a tiro fijo, detrás de una perra seguramente, dijo. Esperaré un rato, pero esta noche no creo que vuelva, añadió. Hablamos después de la oscuridad ¿municipal? y me contó que no es que hubieran reducido otra vez la iluminación, es que no tenían dinero para reponer las bombillas que se iban fundiendo a lo largo de la crisis, y unos gamberros habían roto las tres que quedaban en esta parte de la calle. Aproveché que se ponía a liar otro pitillo para llevar las bolsas a los cubos. Esta noche los de la recogida se estaban retrasando mucho, era ya muy tarde y no pasaron coches ni peatones desde que salí a la calle. Al volver, un par de minutos después, tuve la certeza de que aquel episodio todavía no lo había vivido, como si fuera una premonición, el hombre del perro incluido. Lo atribuí al pito que había fumado con él, pero cuando llegué a la escalera no había nadie. Es un paisano sensible y educado que no se hubiera ido sin despedirse. El tramo hasta llegar a la puerta del portal me pareció aún más oscuro que a la salida.


Antonio Carlos Jobim.   Agua de beber.




Salud y felices pesadillas


ra