martes, 15 de octubre de 2013

Marcha atrás -5. Donde don Pelayo perdió pie


Bryonia dioica.  Nueza blanca.
Piloña. Asturias, otoño 2012.

Donde don Pelayo perdió pie


Ha pasado casi un año de los acontecimientos que vengo narrando en estos capítulos y dos meses desde el último episodio con el manco de Vilanova y sus amiguetes.

Con ellos quedé en lo alto de Pajares, camino de Asturias en el mercedes blanco del Legía, esperando que don Ramón Mª saliera de su nirvana budista, al que no sé si sería más exacto calificar de catalepsia, incluso de simple rigidez muscular y ósea, teniendo en cuenta la artrosis del vetusto arousano, al que le gustaría más el definitivo rigor mortis.

Me urge poner fin a este loco periplo de Difuntos, y puticlubs habría que añadir, antes de que regrese noviembre con sus fríos y sus nuevos muertos. Por eso este capítulo será breve, eso espero al menos, so pena de renunciar a parte de la historia.

El Narizotas no tenía negocios en Asturias, sólo quería controlar un par de locales, uno en las inmediaciones de Oviedo y el último en Gijón. En la capital conocía a otro político corrupto y putero de los de su cuerda con el que quería citarse, y en Gijón tenía un colega que había estado con él en la Legión, peluquero de profesión, según contaba riendo, y muy aficionado a la grifa, a la farlopa, a las putas y a lo que cayera.

Eusebio ya había espantado por completo la mona y con la dosis de chorizo del puerto había recuperado también el color rosado de sus mejillas, pero Valle seguía en el asiento trasero del automóvil, junto a su criado, mirándolo de reojo de cuando en cuando, sumido en un silencio poco habitual en él.

¿Qué le preocupa, don Ramón?, me atreví a preguntar al fin.
¡El corvejón!, saltó el viejo. ¡Se me encasquillan las rodillas haciendo el loto y veo las estrellas!
¡Será el éxtasis artríti... co!, no había terminado de decir la palabra y me soltó un boinazo coreado por una risotada general.
¡Usted limítese a su papel de tesinando y ya le daré yo entrada en escena cuando corresponda! ¡Qué carayo me va a preocupar, más que arrastrar conmigo a un rapaz a medio cocer y a un capador de lagartijas! ¡Vaya unas ayudas para mis incumplidos sueños de aventura!
Pero yo...
¡Ni peroyo ni peruyo!, ¡centola!

El Legía y Porfirio volvían a su ulular de coro bufo y el interior del mercedes era una grillera. Hasta cerca de Oviedo no hubo calma, cuando el guardaespaldas paró el coche junto a otra sala de fiestas como la de La Bañeza. Iba a ser una visita rápida y Don Ramón nos obligó a quedarnos mientras los malevos hacían su trabajo.

Yo había estado acariciando la idea de abandonar aquella barca de los locos y reintegrarme en mi hogar, aprovechando que pasaba al lado de casa, pero el genial gallego parecía volver a adivinarme el pensamiento, porque nada más quedarnos los tres solos me dice:

¡Aún no cumplió todo el Novenario de Ánimas, pollo!
¿¡Y qué hay que hacer!?, contesté con entusiasmo esperando que su humor se tornara favorable a mis propósitos.
¡Calceta! ¡¿Pero qué clase de becarios me endilgan estos burócratas celestiales?! ¡Aayyy de mis sueños!, suspiró, y continuó después en un soliloquio para sí, ¡Al cumplir los treinta años, hubieron de cercenarme el brazo y no sé si remontaron el vuelo o se quedaron mudos!...

Don Ramón..., musitó Sebito con cierto temblor en la voz, tal vez de preocupación por ver a su amo tan abatido, no era más que un niño asustado e indefenso en el cuerpo de un coloso. ¡Don Ramón!, repitió con algo más de aplomo.
¡Qué quieres, ternero!
¿Quién se quedó mudo?
¡Los sueños, modorro, los sueños de aventura! ¡Aaay!...

Porfirio y el Narizotas estuvieron poco tiempo en el puticlub, pero el mío se acaba y, como sospechaba, tendré que terminar el relato con una relación telegráfica de algunos hechos. Más adelante ya veremos si vuelvo al tema, la catarata de encuentros y peripecias es demasiado caudalosa para poder seguir su curso como quisiera.

Sebio, Valle y yo, dormimos en una casa de pueblo en el conceyu Piloña, porque don Ramón quería hacer las últimas visitas a cementerios de aquella zona. Porfirio y el Narizotas se fueron a Gijón y volvieron por la mañana.

Resulta cuando menos admirable la fidelidad y apego del Narizotas al viejo zombi que, por cierto, parecía conocer Asturias mejor que yo. En todo momento el legionario vigués y su colega el Porfirio atendieron, con puntualidad y largueza, los requerimientos y hasta los caprichos del manco, desde que salimos de Arousa. Estaban realmente a su servicio.
Y ese día nos pasearon por los camposantos que el maestro de ceremonias señaló, sin una mala cara ni un reproche, pero eso sí, con una ronda de espejo y polvos cada vez que volvíamos al mercedes. Ninguno de los tres lo probábamos, pero cuando los macarrones sacaban la papela de la perica, Valle-Inclán suspiraba, acompañando el suspiro con frases del tipo, ¡Ay de mi chibuquí! Andaba nostálgico, el pobre, de su Vilanova del alma...

En Infiesto, la cabeza del concejo, don Ramón pidió pasar el vado por donde el rey Pelayo cruzó a caballo el río Piloña camino de Covadonga en tiempo de moros. Nos obligó a Eusebio y a mí a descalzarnos para que lo ayudáramos a cruzar y que no se lo llevara la corriente. Sebito, más fuerte y pesado, aguantaba la mayor fuerza del agua cogiendo a su amo por el brazo bueno, mientras yo me coloqué a su izquierda, a sotavento de la corriente, sujetando la manga vacía del levitón del manco.

Con las perneras arremangadas, a la orilla del río, el loco genial alzó la voz antes de cruzar:

¡Adelante mi escudero, que mi caballo pie halla!...

Volvimos a la capital del Principedo por Gijón, y esa noche celebramos el último oficio de la Novena de Ánimas en la Catedral de Oviedo.

Victor Amarilio Tornadiello Fabones, localizador de toperas, tuercecuellos en caliente. 


Azam Ali.  In other worlds.  En otros mundos.



Salud