viernes, 15 de noviembre de 2013

Η Κάρπαθος, Cárpatos -3. Periplo isleño


Απέρι, Aperi.  Kárpazos.
Grecia, agosto 2013.

Una vuelta a Kárpazos


Buenos días. Si queréis ver una isla griega del tamaño de Kárpazos (301 Km. cuadrados), mediana pero la segunda del Dodecaneso después de Rodas, calculad dos o tres días, mínimo, de alquiler de coche o moto. A poco que tengáis un encuentro en cualquier sitio u os enrolléis, porque os mola, en otro, vais a perder cosas de ver. Pero el objetivo, más que andarlo todo, tal vez sea ése precisamente.

Hagamos lo que hagamos siempre nos queda tinta en el tintero y deseos de volver, por lo que vimos y por lo que no.

Cuando podemos reducimos el alquiler a un día, porque viene a salir por unos 40-50 €. en temporada alta y eso es un día de comida abundante para cuatro personas poco tragonas como nosotros. La moto es más barata y permite llegar a sitios más difíciles y remotos. Si no se lleva mucho equipaje y preferimos la aventura, en casi todas las islas hay autobuses baratos, pero a veces a los pueblos sólo tres a la semana, o uno que va por la mañana y regresa por la tarde o al día siguiente, etc. Por eso la disponibilidad del viajero es importante, para quedarse donde termine el fierru si hace falta y buscar allí un lugar para pasar la noche. Eso como regla general.
Para los palikaris quedan las bicicletas, que no vimos este verano salvo en Kos, más llana, hay poca afición en Grecia al ciclismo; Y el senderismo. En Kárpazos hay que estar entrenado, aunque existen muchas rutas que faldean las montañas, costeando, sin excesivos desniveles.

Y eso es lo que encontraréis nada más dejar Pigadia, cuestas. Empezamos la ruta por el norte, saliendo hacia Aperi, precioso bajo las nubes, aunque soleado, mirando desde lo alto a la bahía. Dicen que es uno de los pueblos más ricos de Grecia, aunque nosotros hemos escuchado lo mismo en otros muchos lugares. Lo cierto es que tiene una colección de casas burguesas del XIX de muchísimo poderío, y unos periboliα, jardines privados maravillosos. Algo habrá, porque fue capital de la isla hasta finales de ese siglo, Pigadia venía a ser su puerto.

Aperi está como a 300 m. de altura, la carretera sigue subiendo, y la panorámica de la costa este desde allí es guapísima. Se suceden los entrantes y bahías entre pinares, una constante tanto en el este como en el oeste, y no hace falta añadir nada del azul del mar.

En las faldas orientales del Kali Limni, 1.215 m., la cumbre de la isla, en un pequeño golfo, junto al mar se encuentra Kyrá Panayiá. Es poco más que una aldea, encajonada en un estrecho valle que termina en una playa de guijarros. En los alrededores las hay también de arena. El pueblo se ha convertido ya en un lugar de veraneo en el límite de su capacidad. Sólo lo agreste de la zona y la dificultad del acceso impedirá que siga creciendo la construcción, porque el lugar es una cocada.

La bajada por una estrecha carretera asfaltada es de infarto, no apta para temblones, y esto último lo digo por el freno y el volante: ni la más mínima duda ante los desniveles y las curvas mareantes sin quitamiedos, y estoy acostumbrado a las carreteras y puertos asturianos, que no son llanos precisamente. Hay que ver cómo baja el autobús, de unas cuarenta plazas, ocupando todo el ancho de la vía y asomando el morro por el precipicio en muchas curvas. Pero todo el descenso lo haces acompañado por un intenso y embriagante olor a pino y un paisaje precioso.

Mihalis Zografidis.


Μενετές, Menetés.  Kárpazos
Grecia, agosto 2013

Spoa, a continuación siguiendo hacia el norte, cruce de carreteras, está  más o menos en el centro de la isla, donde comienza su parte más estrecha. A partir de allí y camino de Ólymbos y Diafani, es posible ir viendo en algunas zonas los dos mares que bañan Kárpazos, pues la distancia no pasa de cinco o seis kilómetros en línea recta de una a otra orilla. Spoa está asentado en el interior, recostado bajo la cumbre de la montaña, pero a poca distancia, en una pequeña ensenada a sus pies tiene, junto a la costa este, otro de los puntos turísticos más solicitados, Áyios Nikólaos.
Otra vez las dificultades del terreno impedirán que el crecimiento turístico acabe con las bellezas naturales del lugar.

La carretera continúa próxima a las cumbres, muy aérea, lo que permite seguir disfrutando de las espectaculares vistas. A una y otra parte se suceden las ensenadas, grandes y pequeñas, y en general abiertas y bastante batidas por el oleaje, sobre todo las del oeste. Y playas solitarias a las que se llega por malos caminos de tierra, o accesibles sólo desde el mar. A todo esto tuvimos que renunciar, tanto por las dificultades de los caminos como por la escasez de tiempo.

La carretera a Ólymbos desde Spoa es muy reciente y no está terminada, quedan unos tres o cuatro kilómetros hacia la mitad del recorrido. Toda la zona, muy elevada, está cubierta de nubes buena parte del día. Pasan rozando y cubriendo parcialmente los picos y los pueblos, y son las responsables últimas de las diferencias climáticas en los dos lados de la isla, este y oeste.
La atmósfera allí arriba está cargada de humedad y la luz filtrada parece teñirse de blanco, como si una cortina sutil se interpusiese entre el ojo y los colores. Es esa diferencia que se puede apreciar entre el tono de la primera imagen y la segunda. Aunque ésta es de Menetés, el otro pueblo colgado del monte en el gran circo que rodea Pigadia, en la costa este, por el que pasamos en dos ocasiones y en el que también merece la pena detenerse un poco. Pero el color, que volveremos a ver, es el característico de Ólymbos, del que me acuparé en el siguiente capítulo, y que mira a la costa oeste.

En cuanto a la diferencia de tres o cuatro grados de una banda de la isla a la otra, se explica por la altura de las montañas en una franja de tierra tan estrecha y cubierta de bosques, donde las nubes se demoran, cargadas de humedad, puesto que la isla se halla a muchas millas del continente y por el oeste no tiene los vientos secos del resto del archipiélago, procedentes de Anatolia y dominan los húmedos de Egeo. El encuentro con los procedentes del este, más cálidos, provocaría la condensación y las diferencias climáticas locales. Así lo entendí, que me disculpen los metereólogos.

Nikos Nikolau, ensayando en Ólymbos. Parte 2.


El primer día pensábamos subir hasta Ólymbos por la mañana y ver la costa de poniente por la tarde, hasta Arkasa, pero el encuentro con los músicos nos entretuvo mucho y la tarde fue una carrera contra reloj para visitar Diafani, Mesohori, Levkós, Finiki y Arkasa. De hecho tuvimos que renunciar a Mesohori, que nos dolió más porque, por lo que oímos, es también muy guapo, y cruzar por las dos últimas de paso, un par de veces pero sin parar. Eso no nos importó tanto, porque son dos de los destinos turísticos que más han crecido en los últimos años y el caos urbanístico, especialmente en algunos lugares de Arkasa, es más que notable.

Tras visitar Diafani, salimos a escape hacia Levkós, el lugar de veraneo preferido por isleños y griegos, tal como leímos y escuchamos, y donde teníamos fundadas esperanzas de encontrar acomodo. Llegamos al atardecer, quince minutos antes de la puesta del sol sobre el mar.

La bajada hasta las cuatro bahías que rodean Levkós ya es muy guapa. La primera, separada un kilómetro del resto, está bastante abierta al mar y la playa es de piedras, pero el entorno rodeado de verdor y un denso y añejo bosque de pinos con el fondo de la alta caliza de las montañas nos gustó mucho. No veíamos demasiados turistas, pero al llegar al pueblo empezaban a dejar las playas los bañistas de ese día. La carretera en muy estrecha y hay dificultades para cruzarse en varios puntos. Nos tocaron todos los coches que subían y nos empezamos a mosquear. Fue sólo una decepción momentánea porque en un cuarto de hora se vaciaron las playas y se despejó la carretera. Levkós quedó tan tranquilo como cualquier puertín de veraneo familiar.

Vimos la primera puesta de sol allí y preguntamos precios de apartamentos. Quedamos de volver al día siguiente para buscar otro poco y cerrar el alquiler, ya habíamos decidido quedarnos. Pero a Levkós dedicaré el último capítulo de Kárpazos.

Mihalis Sakellis, Yiorgos N. Maltas. Lefkós.


Κυρά Παναγιά, Kyrá Panayiá.
Karpazos, agosto 2013.

Al regreso pasamos por Stavrí y Menetés, en el interior y colgados en lo alto de las montañas. La carretera los cruza y es también muy estrecha, como lo es la que cogimos en la mañana del segundo día, para volver a Levkós, que atraviesa Ózos y Pilés, partiendo de Aperi. Todos ellos instalados a su vez en balcones montañosos. Ózos tiene al parecer las casas tradicionales más antiguas de la isla, y de allí era natural un amigo del mi Dimitraki, pero al fin no pudimos saber de su paradero.

Ese segundo día miramos varios apartamentos para cuatro personas en Levkós y nos quedamos en lo de Nikos y María, que nos ofrecieron dos por el precio de uno frente a la playa central del pueblo, en una de las tres bahías que cercan el caserío.
Comimos allí ese día por primera vez y la tarde la dedicamos al sur de la isla, menos interesante porque es más pelada y seca, las montañas descienden y el terreno se torna completamente llano hasta la península donde está emplazado el aeropuerto.

Es hora de volver a recordar lo que uno tiene que dejar. El día anterior habíamos renunciado a bajar a las playas del este por los caminos de tierra y dejamos también unos pequeños restos arqueológicos clásicos junto a Ayios Nikólaos, Parudia, y en Arkasa la Acrópolis situada en una pequeña península, que tenía más interés.
Al poco de salir de Levkós, mucho antes del puertín de Finiki, ya se veía perfectamente el cono levantado como un volcán de la isla de Kassos a la que en principio pensábamos visitar desde Kárpazos; tampoco fue posible en esta ocasión.

Todo el sureste de la isla es un gran golfo muy abierto con multitud de pequeñas ensenadas con playas. Su centro es Laki y el turismo está empezando a ser un problema. No para los que tienen negocios, que ven crecer el número de visitantes. Es quizá la zona más ventosa de la isla y junto a la facilidad de acceso a la costa, hace que sea aquí donde se practican y concentran los deportes de la vela. El azul del mar es menos profundo que en el oeste y el norte, pero en conjunto más esmeralda y luminoso.
El extremo sur que cierra el golfo es el cabo Λίγγι, Lingi, donde naufragó un gran mercante que allí sigue encallado desde entonces. Se ha convertido en atracción turística. Hace años, rastreando con Google Earth las costas de las islas griegas, lo encontré y me hubiera prestado mucho verlo en vivo, tampoco pudo ser. Será cosa de las Moiras, el Destino, porque hay una islina en medio del golfo que se llama así, Μοιρα (pro. Mira).
Yiannis N. Pablidis.


Caía la tarde cuando llegamos de vuelta a Pigadia y aprovechamos el tiempo de luz para hacer una compra grande en un supermercado de las afueras, más barato: agua, bebidas, café, aceite y demás, algunas verduras, quesos, aceitunas, pasta, etc., dos cajas de provisiones para cubrir parte de las comidas de los diez días que pasáramos en Levkós. Aunque sabíamos que allí había tres o cuatro pequeños supermercados bien surtidos. Después de dejarlas en el Odyssey, fuimos a entregar el coche, en ese momento llegaba el ferry al puerto de Pigadia.
El atorrante que nos alquiló el coche se tomó en serio el enfado de la mi morena y tenía la oficina cerrada cuando llegamos. Un colega con otro alquiler de vehículos vecino, con el que nos entendimos a la primera y al que fue pena no conocer el día que andábamos buscando agencia, lo llamó y a los cinco minutos estaba allí. Se sorprendió de que finalmente le entregáramos el coche antes de tiempo, es posible que aún pudiera alquilarlo ese día, porque la marea de turistas que descargó el ferry no había tenido tiempo de llegar allí, lejos del puerto.

Cuando regresábamos andando al hotel ya oscureciendo, empezamos a cruzarnos con los primeros y entrando en Pigadia, mientras mirábamos los horarios en la estación de autobuses, tuvimos una sorpresa: Una pareja de gerundenses con los que habíamos coincidido y charlado en el aeropuerto de Kos mientras esperábamos la hora de los autobuses, estaban sentados en un banco próximo, con sus mochilas al lado.

Acababan de desembarcar y se habían encontrado con que ya no había autobuses a Arkasa, que era su destino. Y al día siguiente, domingo, tampoco furrulaban.
Celebramos la casualidad con unas cervezas bien frías y una charla animada, y les ayudamos a encontrar habitación. ¿Mar y Joan eran sus nombres?, que me perdonen y me corrijan si leen esto. Buena gente.
Otra pareja de catalanes que conocimos esperando el bus de vuelta al aeropuerto de Kos, me daría conversación y compañía toda la noche, y yo a ellos, mientras los míos dormían esperando la salida del vuelo, después de las 4 de la mañana. ¡Salut a los cuatro!

Δόμνα Σαμίου, Τραγούδια της ξενιτιάς.
 Μανώλης Φιλιππάκης, Λύρα Καρπάθου. Κώστας Φιλιππίδης, Λαούτο.
 Μανώλης Φιλιππάκης, Τραγούδι.  Sirmatikos Kárpazou

Υγεία, Salud!

Ramiro Rodríguez Prada.