lunes, 25 de agosto de 2014

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Calle Bouboulinas, esquina Universidad Politécnica.
Atenas,  agosto  2011.


Salí a tirar la basura.



En la calle creí escuchar música griega; dejé las bolsas y caminé hasta la cercana plaza, de donde parecía venir. Pero no, llegaba de más lejos. La oía claramente cuando la brisa cálida y ligera de la tarde me acariciaba las orejas. Caminaré un poco más, pensé. Entonces, apoyando mi decisión, escuché con absoluta nitidez los compases de una melodía muy conocida y la seguí. En una esquina una pareja de niños sucios y desarrapados, con dos pequeños acordeones, tocaban un aire balcánico pidiendo limosna. Les dejé algo, pero no era de los acordeones de donde procedía aquella música que me había ido llevando cada vez más lejos del hogar. ¿Eran cantos de sirena o me encontraba en una de las calles que abocan al puerto del Pireo?. Se disiparon mis dudas cuando divisé al fondo la enorme chimenea de un vapor y oí el sonido profundo de su sirena.



Νίκος Παπάζογλου.  Αύγουστος. Agosto.




Salud y felices pesadillas


ra