viernes, 29 de agosto de 2014

169


Viejo carrilero.


Salí a tirar la basura



y junto a los cubos me recibió un perro grande, medio mastín, pero flaco y viejo, de ojos tristes y rabo humillado. Le acaricié la cabeza y el arranque de las orejas y me lanzó, de improviso, un bocao que esquivé por los pelos. Lo miré severo y el perro se humilló aún más, pero no se fue. Debía de tener un hambre terrible y se le veían muchas mataduras y heridas en las orejas, en el rabo y en el lomo,
seguramente le toqué alguna y le hice daño. Había huesos de pollo en una de las bolsas que llevaba y se la abrí para que cogiera algo. Metió el morro con mucho miedo, mirándome de reojo desconfiado, y se largó con los restos de una zanca. Es preferible curar heridas que lamerlas o acariciarlas.



Juan Perro.  A un perro flaco.




Salud y felices pesadillas


ra