lunes, 15 de diciembre de 2014

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Tres Reyes Majos.
Desde el nido del  Mirlo rubio. León.


Salí a tirar la basura


en las postrimerías de aquel año horrible. Por la calle bajaban tres paisanos con carros de la compra de un supermercado. Iban mirando en el interior de los contenedores que se encontraban, pero no parecía que hallaran gran cosa porque llevaban los carritos prácticamente vacíos. Tenían aspecto de pordioseros, vagabundos, carrilanos. Dos blancos con barba, ya mayores, y un negro más joven. Era inevitable hacer la comparación con los Reyes navideños, tan próximos en el tiempo, o con otro cuento de la pasada Epifanía, y estas coincidencias, tanto como el aspecto de los tipos, me hizo gracia. ¡Buenas noches! ¿No tendrá alguna cosa de provecho, buen hombre?, me dice el de la barba oscura cuando llegaron a mi altura, antes de que yo soltara las bolsas, mientras sus colegas echaban un vistazo en los cubos. Creo que no, contesté, y tiré la porquería llevando la mano al bolso con la intención de darles algunas monedas que sabía que tenía. El viejo me leyó las intenciones y me cortó el gesto, ¡Gracias, déjelo, buscamos algo más personal! ¿Como qué?, pregunté algo picado; era la segunda vez en unos meses que me rechazaban una... limosna, vamos a llamarla por su nombre. Si no tiene otra cosa nos arreglamos con su buena voluntad, contestó. Calor humano, Un chiste..., añadieron sus compadres, mirándome expectantes y divertidos como niños. Puedo darles un abrazo, aunque no me sobran las calorías. ¡Si quieren les cuento una historia!, se me ocurrió de pronto. ¡¡¡Vale!!!, dijeron a un tiempo los paisas. Aparcaron los carros junto al muro de la finca y nos sentamos en las escaleras de subida (o bajada, depende ). Ante mi asombro, el de la barba blanca, el más anciano, sacó material y se puso a liar un canuto. El caso es -empecé-, que llegaron tres mendas a las puertas del cielo. Un político, un obispo y un millonario. Picaron y abrió san Pedro. ¡Qué pasa!, preguntó el de las llaves algo destempladamente, encarándolos. Tomó la palabra el obispo para hacer las presentaciones. San Pedro permanecía con la puerta entornada sin terminar de abrir. El político metió la cabeza y no vio a nadie. ¿Qué hay?, preguntó el millonario desde atrás. ¡Poca cosa!, rezongó el santo portero. ¡Nada!, remachó el político. ¿Algún problema?, inquirió incrédulo el obispo, -el negro me pasó el petardo después de pegar cuatro caladas como un botafumeiro-. Bueeeeno..., se demoraba en contestar san Pedro, aunque después fue locuaz, Llegó hace un tiempo un tal Rajoy y con sus reformas neoliberales me está vaciando el chiringuito. Pero no se preocupen que esto no durará. Morirá pronto la famosa Merkel y asumirá las funciones de Sargento Cuartel, que es la máxima autoridad en el Edén, espero que nos eche una manita. ¡Aquí hay mayoría cristiana!, añadió muy ufano mientras abría de par en par las puertas e invitaba a los postulantes a entrar, ¡Pasen, pasen!. (¡El costo no era de diciembre sino de agosto, qué rico!). En efecto, el panorama de la Gloria era desolador. ¿Y el Altísimo?, quiso saber el obispo antes de cruzar el umbral. ¡Entre el facebook y los juegos de ordenador, Nuestro Señor no recibe!, respondió el cancerbero. Los tres se miraron sin decir palabra, dieron media vuelta y se fueron a picar a las puertas del Infierno.




Salud y felices pesadillas


ra